Sagrado Corazón de Jesús

Hoy es un día muy especial para experimentar el amor.  Hoy celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

¿Por qué celebramos precisamente el corazón de Jesús y no otra parte de la persona de Jesús? Celebramos el corazón de Jesús porque en él vemos y contemplamos la expresión del amor inmenso que Dios nos tiene. 

Para un ser humano, el corazón es el lugar en donde están las fuerzas vitales.  Decirle a alguien: “Te amo con todo mi corazón”, es como decirle: “Te amo con lo esencial mío, te amo con todo mi ser”.  Decirle a alguien “corazón”, es decirle: “Eres algo esencial e importante para mí”.

Hablar del corazón de Cristo es una forma de decir que Dios es amor.  Es decir que lo esencial de Dios no es otra cosa que el amor. 

Dios es un papá que nos ama gratuitamente, que con mimos y caricias nos ayuda a dar los primeros pasos en el amor.  Dios nos lleva en brazos, cuida de nosotros y nos atrae hacia Él con los lazos del cariño, con cadenas de amor.  Dios es para nosotros como un padre que estrecha a sus hijos y se inclina hacia nosotros para darnos de comer.

A veces nos encontramos desilusionados, confundidos y nos sentimos solos, por ello tenemos que hacer una pausa en nuestra vida y experimentemos ese amor incondicional de Dios, sintamos y digamos: Dios me ama, me ama gratuitamente, me ama sin condiciones.

¿Somos capaces de sentir el amor de Dios? 

San Pablo busca la manera de sumergirnos en ese amor y nos dice que arraigados y cimentados en el amor podremos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que quedemos colmados con la misma plenitud de Dios.

El amor de Dios nos circunda por todas partes.  Seamos capaces de descubrir ese amor.  Dejémonos acariciar por Dios.  Todo este amor se hace rostro amoroso, se hace caricia concreta, se hace ojos amables y mano que levanta, en Jesús.

Y san Juan nos presenta a Jesús amando hasta el extremo, dando la vida hasta el último suspiro, lo da todo por amor.

En su simbología nos hace recordar la lanza que hace brotar sangre y agua del corazón que tanto ha amado a los hombres.

Contemplemos a Jesús dando la vida por nosotros, amándonos a más no poder, haciéndonos sus amigos, compadeciéndose de nosotros.

Día del Sagrado Corazón de Jesús, día para experimentar ese extraordinario amor. Déjate amar por Jesús.

Jueves de la XI semana del tiempo ordinario

Mt 6, 7-15

Una de las grandes cosas que tenemos los cristianos es la oración.  En la eucaristía podemos acercarnos a Jesús como al amigo que nos puede escuchar, al que podemos contarle nuestras penas y nuestras alegrías; al que podemos decirle nuestras dudas y quedarnos con Jesús largos rato de diálogo es una experiencia necesaria fruto de la oración.

Cristo mismo nos lleva por este camino con su ejemplo y su enseñanza.  Hoy nuevamente, nos acercamos al padrenuestro como modelo de oración y debemos de rezar con mucha atención fijándonos en cada una de las palabras, descubriendo su sentido, descubriendo lo más importante para mí en este momento.  Quizás para alguno las palabras que más le lleguen sean las del abandono confiado que comporta decir: Padre; otro quizás le convenga insistir en la relación que implica decir “nuestro”, que nos lleva la reconocimiento del otro como hermano.

“Venga tu Reino” en estos días será una angustiosa súplica ante tanta violencia e intolerancia.

Son muchos aquellos, cuya principal preocupación y lo que quieren compartir con el Señor, es la necesidad imperiosa del alimento de este día.

Una de las riquezas que nos muestra el Padrenuestro es la capacidad de dar y recibir perdón.

¿Quién se siente más feliz el que da o el que recibe perdón?  Contrariamente a lo que se piensa la venganza nos trae más intranquilidad y dolor que la satisfacción que pudiera producir.

San Mateo al concluir la oración del Padrenuestro, resalta este aspecto del perdón que tanto necesitamos.  No podemos vivir en un mundo de violencia.  Pero no podremos encontrar la armonía si no somos capaces de dar y recibir perdón.  En nuestra oración de cada día, pidamos al Señor que nos conceda ese gran regalo de sabernos perdonados a pesar de nuestras grandes ofensas, que nos sintamos en armonía con Dios, pero también pidamos la gracias de saber perdonar y que pueda estar en paz nuestro corazón.

Digamos hoy de corazón: Padrenuestro.

Miércoles de la XI semana del tiempo ordinario

Mt 6, 1-6; 16-18

Mientras más nos fijemos en las exterioridades, más lejos estaremos del reconocimiento de la verdadera dignidad de la persona.

Para tener un verdadero encuentro se requiere “mirar el corazón”. Pero ¿cómo mirar el corazón si lo disfrazamos y escondemos detrás de todas las que cosas que llevamos encima?

La relación con las personas para alcanzar un verdadero amor o una verdadera amistad, está basada en esa posibilidad de descubrirnos tal como somos. Quizás por eso cada día parece más difícil encontrar estas verdaderas relaciones.

Hemos entrado en una etapa en que se ha abusado de la apariencia, de la relación convenenciera, de la utilización de las personas, de la misma manera y modo que hacemos con las cosas: la época del desechable.

En cuanto me sirve, lo uso; en cuando deja de servirme, lo tiro a la basura. Y más triste es esta actitud cuando queremos asumirla con Dios, como si lo quisiéramos instrumentalizar, utilizar para nuestros propios objetivos.

La acusación de Jesús a “los hipócritas” va más allá de un simple abuso de los ritos, de la oración y del ayuno. Va dirigida a la realidad que se guarda en el corazón. Si el corazón está vacío o se ha llenado de ambición, placer, fama y apariencia, es muy difícil establecer una relación con Dios, y las relaciones con los hombres también quedan marcadas por la falsedad.

Es triste que la oración en lugar de ser encuentro y diálogo con Dios, se convierta en exhibición; que el ayuno en lugar de ser purificación, se convierta en ostentación; y que la limosna, en vez de buscar el acercamiento con el necesitado y oportunidad para engrandecer el corazón, se utilice para  endurecerlo y buscar otro tipo de ganancias.

La misma acusación que hacía Jesús, nos queda a la medida en nuestros días, quizás no en las mismas acciones, pero sí en las mismas actitudes. ¿Qué estamos haciendo para tener un corazón libre y sincero? 

Martes de la XI semana del tiempo ordinario

M 5, 43-48

«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». El perdón, la oración, el amor a nuestros enemigos es lo que nos pide el Evangelio de hoy, y hay que admitir lo difícil que es seguir el modelo de nuestro Padre celestial, que tiene un amor universal. Por eso, el desafío del cristiano es pedir al Señor la gracia de saber bendecir a nuestros enemigos y esforzarnos por amarlos.

Sabemos que debemos perdonar a los enemigos, porque lo decimos todos los días en el Padrenuestro: pedimos perdón como nosotros perdonamos; es una condición, aunque nada fácil. Igual que rezar por los demás, por los que nos causan dificultades, por los que nos ponen a prueba: también eso es difícil, pero lo hacemos. O al menos, a veces lo logramos. Pero, ¿rezar por los que me quieren destruir, por mis enemigos, para que Dios los bendiga? ¡Eso es verdaderamente difícil de entender!

Pensemos en el siglo pasado, en los pobres cristianos rusos que, por el solo hecho de ser cristianos, los mandaban a Siberia a morir de frío. ¿Y tenían que rezar por el gobernante tirano que los enviaba allí? ¿Cómo es posible? ¡Pues muchos lo hicieron: rezaron! O pensemos en Auschwitz y en otros campos de concentración: ¿tenían que rezar por ese dictador que quería una raza pura y asesinaba sin escrúpulos, y además rezar para que Dios le bendijese? ¡Y muchos lo hicieron!

Es la difícil lógica de Jesús que, en el Evangelio, se resume en la oración y en la justificación de aquellos que lo mataban en la Cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús pide perdón por ellos, como también hace San Esteban en el momento del martirio. Cuánta distancia, infinita distancia entre nosotros, que tantas veces no perdonamos ni las cosas pequeñas, y esto que nos pide el Señor y de lo que nos dio ejemplo: perdonar a los que intentan destruirnos.

En las familias es tan difícil, a veces, perdonarse los esposos después de cualquier discusión, o perdonar a la suegra también: no es fácil. El hijo, ¿pedir perdón al padre? ¡Es difícil! Pero, ¿perdonar a los que te están matando, a los que te quieren eliminar? Y no solo perdonar: rezar por ellos, ¡para que Dios los proteja! Más aún: amarlos. Solo la palabra de Jesús puede explicar esto. Yo no consigo ir más allá.

Así pues, es una gracia que debemos pedir, la de entender algo de este misterio cristiano y ser perfectos come el Padre, que da todos sus bienes a buenos y malos. Nos vendrá bien pensar en nuestros enemigos, creo que todos los tenemos. Nos hará bien, hoy, pensar en un enemigo –creo que todos tenemos alguno–, uno que nos haya hecho mal o que nos quiere hacer daño o que intenta hacernos mal: en ese.

La oración mafiosa es: “Me la pagarás”. La oración cristiana es: “Señor, dale tu bendición y enséñame a amarlo”. Pensemos en uno: todos los tenemos. Pensemos en él. Recemos por él. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de amarlo.

Lunes de la XI semana del tiempo ordinario

M 5, 38-42

Debido a nuestra naturaleza herida por el pecado siempre ha existido en el hombre lo que se llama «el espiral de la violencia», es decir, cada acción violenta genera a su vez otra de mayor magnitud y que es a lo que nosotros llamamos «venganza».

Jesús en este pequeño pasaje nos da la fórmula para romper este espiral y es el del amor y el perdón: Si alguien te golpea en una mejilla, no hagas nada, no te defiendas; si alguien te quita algo, no vayas a quitárselo por la fuerza; si alguien te obliga a hacer algo, hazlo con gusto; después deja que Dios tome en sus manos la situación.

Ciertamente no es fácil hacer vida este pasaje, como no lo son todos aquellos en los que tenemos que dejar en las manos de Dios nuestra vida para que Él y solo Él la lleve adelante. Por ello esto será solo posible para aquellos que se dejan «poseer» totalmente por la acción del Espíritu Santo.

Solo cuando el hombre es impulsado por la acción de la gracia es posible romper el círculo de la violencia, de ahí la importancia de nuestra oración diaria y de la vida sacramental. Dios te ha llamado, por tu bautismo, a ser artífice de la paz, respóndele con generosidad y con amor.