Jueves de la XXII Semana Ordinaria

1 Cor 3, 18-23

Uno de los problemas que vivía la comunidad de Corinto era la división en dos grupos.

Pablo había predicado primero en esa comunidad: «Yo planté,  nos decía san Pablo.  Después llegó otro predicador del Evangelio, él continuó el trabajo apostólico, «Apolo regó».  Esto trajo como consecuencia que los que habían sido llevados a Cristo por uno u otro de los apóstoles, hicieran cierto grupo especial; también trajo como consecuencia que se juzgaran las cualidades humanas de uno y otro.

Lo que cada uno decía: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo» venía a materializar estos enfrentamientos.

San Pablo entonces les dice: «Que nadie se gloríe de pertenecer a ningún hombre, ya que todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo y Pedro, el mundo, la vida y la muerte, lo presente y lo futuro: todo es de ustedes; ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios».

Lc 5, 1-11

Hemos escuchado la narración que Lucas hace de la pesca milagrosa y, a su modo, del primado de Pedro.

Hoy podíamos ver a la multitud presionando al Señor, luego, como subió a la barca de Pedro, cómo se bamboleó la barca al subir Jesús.  Y desde la barca de Pedro «enseñaba a la multitud».

No olvidemos que  Jesús sigue enseñándonos desde la barca de Pedro.

Es ejemplar la reacción de Pedro a la orden de Jesús de echar las redes mar adentro.  Él hubiera podido decir: «No es ni la hora ni el lugar adecuado.  Yo sé de esto, es mi oficio».   Tal vez le hubiera podido decir: «Tú sabes bastante de carpintería, pero no de pesca».

La palabra de Pedro es: «Confiando en tu palabra echaré las redes».  Cuántas veces, no nos cansamos de pensarlo, «hemos trabajado toda la noche» y no hemos pescado nada.

Cuánto nos habremos esforzado en lograr algo en nuestra vida espiritual, en nuestro trabajo, en nuestro servicio.  El Señor, nos dirá, como a Pedro: «No temas»  y nos hará ver la perspectiva definitiva: «Eres pescador de hombres».

Jueves de la XXII Semana Ordinaria

Lc 5, 1-11

El evangelista san Lucas en este pasaje nos relata la llamada de Jesús a Pedro, a Santiago y Juan a seguirle. 

Jesús, que además de ser hombre es Dios, aprovecha su poder de hacer milagros, en este caso ayudando a estos experimentados pescadores a realizar una pesca especial, para pedirles que le sigan. Pedro y los dos hijos del Zebedeo, caen en la cuenta de que están ante una persona especial “y ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

Se puede afirmar que a todos a los que a lo largo de la historia nos ha seducido Jesús para seguirle, nos ha sucedido, salvando las situaciones personales, lo mismo que a estos tres apóstoles. Él ha salido a nuestro encuentro, y de una y mil maneras, nos ha asombrado y se ha atrevido a llamarnos a su seguimiento después de convencernos de que nos amaba hasta el extremo, de que era el Mesías, el Hijo de Dios, el que tiene palabras de vida y de vida eterna.