Lunes de la XXV Semana Ordinaria

Prov 3, 27-34

Por tres días escucharemos el libro de los Proverbios, el primero de los libros sapienciales que vamos a ir meditando durante dos semanas.

Bajo el título de «libros sapienciales» se agrupa varios libros cuya característica es recoger las reflexiones de tipo moral y filosófico que estaban en curso en Israel y los países limítrofes.  Estas máximas de sabiduría  -que podrían también llamarse de «buen sentido»-  son un bien común de todos los pueblos.  Si se han introducido en la Biblia, libro sagrado, es debido al criterio de los «sabios» que las recogieron y recopilaron.  Estos creyeron que toda «sabiduría humana» deriva de la sabiduría de Dios, puesto que «cuando el hombre es inteligente, cuando descubre una parte de la verdad, participa de alguna manera de la inteligencia divina».

Las recomendaciones que hemos oído no tienen todavía la plenitud de luz ni las exigencias del Evangelio, pero son un camino a esa plenitud.  El «prójimo» aquí todavía es sólo la persona cercana físicamente, no es todavía cualquier persona.

El hacer el bien o el mal todavía es presentado como lo que causa el bienestar o la desgracia.

Lc 8, 16-18

Jesús se presentó a sí mismo como luz.  La luz nos hace ver las cosas, los colores, los volúmenes, las distancias.  La luz nos hace conocer, nos da seguridad.  La luz expresa el bien, la vida, el recto conocimiento.

Pero Jesús, al comunicarnos su salvación, quiere que nosotros también la propaguemos: «que así ilumine su luz a todos, para que viendo sus buenas obras glorifiquen a Dios».

Jesús habría visto muchísimas veces cómo María encendía las lámparas en casa de Nazaret, las de la vida ordinaria y las especiales para la oración.  Las luces se ponían en un lugar alto y descubierto para que proyectaran sus rayos.

Para que nosotros podamos ser luz, tenemos primero que recibir la luz del Señor, conservarla y protegerla, atesorarla no avaramente, sino para proyectarla.

Por esto escuchamos el consejo: «Fíjense, pues, si están entendiendo bien».  Igualmente se hubiera podido traducir por: «Pongan atención al modo como escuchan».  Para ser maestros de la Palabra, todos los cristianos, cada quien según nuestra propia vocación, tenemos que ser primero discípulos.

Lunes de la XXV Semana Ordinaria

Lc 8,16-18

La lectura de hoy, del evangelio de Lucas, nos invita a adentrarnos en el símbolo de la Luz. De la palabra de Dios como semilla, que el evangelista nos ha narrado en el pasaje anterior (Parábola del sembrador 8,4-15), pasamos ahora a verla como luz. El texto podemos dividirlo en tres sentencias que culminan en una advertencia: La luz como símbolo de la predicación de Jesús (8,16). Aquí Lucas toma como referencia las pequeñas lámparas de barro, llenas de aceite y provistas de una mecha, encontradas en las excavaciones arqueológicas, muy comunes en el siglo I. En el texto se pide que no se oculten o tapen, sino que se coloquen en lugares que permitan la visión de las cosas y de la realidad. La luz es una característica del mensaje de Jesús, su palabra ilumina el camino hacia Dios y nos invita a ser luz para los demás. De ahí, el interés en no ocultarla, en no negar la luz a ninguna persona. Los discípulos de Jesús pronto entendieron que su misión evangelizadora consistía en comunicar la luz de Cristo resucitado a todos los que aún no la habían recibido.

Lo oculto que se conocerá un día (8,17). Esta segunda sentencia nos habla de los secretos revelados. El término ocultar, de acuerdo con la tradición judía, nos habla de los misterios de Dios que aún permanecen ocultos y que serán revelados al final de los tiempos. La luz no solo ilumina el camino, sino que tiene la capacidad de penetrar en el corazón del ser humano y desvelar cómo responde a la palabra de Dios.

Llamada a la escucha y una advertencia (8,18). El tercer dicho comienza con un imperativo con el que se exhorta a escuchar la Palabra correctamente. El énfasis de la sentencia se pone en el contenido de la escucha y se invita a todo discípulo a adherirse al mensaje, a la buena noticia del Reino. La consecuencia, a modo de advertencia que viene a continuación, sobre el tener y perder nos dice que la escucha de la Palabra y la aceptación del Reino se salen de la lógica normal. La dinámica de la gracia y el don de Dios posibilitan a todo hombre y mujer a recibir el regalo de la Palabra, cuanto más se profundiza en ella, más y más crece en nuestra vida. Sin embargo, aquel que pierde el regalo del encuentro con Jesús se va quedando relegado. ¿Cómo es mi escucha? ¿Me siento llamado a transmitir la luz de Jesús?