Lc 8,16-18
La lectura de hoy, del evangelio de Lucas, nos invita a adentrarnos en el símbolo de la Luz. De la palabra de Dios como semilla, que el evangelista nos ha narrado en el pasaje anterior (Parábola del sembrador 8,4-15), pasamos ahora a verla como luz. El texto podemos dividirlo en tres sentencias que culminan en una advertencia: La luz como símbolo de la predicación de Jesús (8,16). Aquí Lucas toma como referencia las pequeñas lámparas de barro, llenas de aceite y provistas de una mecha, encontradas en las excavaciones arqueológicas, muy comunes en el siglo I. En el texto se pide que no se oculten o tapen, sino que se coloquen en lugares que permitan la visión de las cosas y de la realidad. La luz es una característica del mensaje de Jesús, su palabra ilumina el camino hacia Dios y nos invita a ser luz para los demás. De ahí, el interés en no ocultarla, en no negar la luz a ninguna persona. Los discípulos de Jesús pronto entendieron que su misión evangelizadora consistía en comunicar la luz de Cristo resucitado a todos los que aún no la habían recibido.
Lo oculto que se conocerá un día (8,17). Esta segunda sentencia nos habla de los secretos revelados. El término ocultar, de acuerdo con la tradición judía, nos habla de los misterios de Dios que aún permanecen ocultos y que serán revelados al final de los tiempos. La luz no solo ilumina el camino, sino que tiene la capacidad de penetrar en el corazón del ser humano y desvelar cómo responde a la palabra de Dios.
Llamada a la escucha y una advertencia (8,18). El tercer dicho comienza con un imperativo con el que se exhorta a escuchar la Palabra correctamente. El énfasis de la sentencia se pone en el contenido de la escucha y se invita a todo discípulo a adherirse al mensaje, a la buena noticia del Reino. La consecuencia, a modo de advertencia que viene a continuación, sobre el tener y perder nos dice que la escucha de la Palabra y la aceptación del Reino se salen de la lógica normal. La dinámica de la gracia y el don de Dios posibilitan a todo hombre y mujer a recibir el regalo de la Palabra, cuanto más se profundiza en ella, más y más crece en nuestra vida. Sin embargo, aquel que pierde el regalo del encuentro con Jesús se va quedando relegado. ¿Cómo es mi escucha? ¿Me siento llamado a transmitir la luz de Jesús?