Is 25, 6-10
Isaías describe el gran día del Señor con la imagen de un espléndido banquete: «Un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos». El banquete será tan alegre y suntuoso, porque «el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y destruirá la muerte para siempre».
La Misa es una imagen del banquete magnífico del cielo. Y esta imagen es ya la realidad anticipada. En la Misa, el Señor prepara a su pueblo no a una fiesta de ricos manjares y de vinos escogidos, sino el alimento espiritual del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En la Misa, el Señor enjuga las lágrimas de nuestro rostro, porque en el sacramento de la muerte y resurrección de Jesucristo tenemos una garantía de nuestra propia resurrección. Jesús dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). Con mucha verdad proclamamos este misterio de fe: «Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida».
Para que la Misa tenga la debida importancia en nuestra vida, nuestra fe ha de ser más que una proclamación de nuestros labios. Debe abarcar todo nuestro ser y transformar todo el enfoque de nuestra vida. Necesitamos una fe profunda para ver en la Misa el alimento espiritual que anticipa la gloria de la vida eterna, bien sea en nuestras sencillas celebraciones entre semana o en el impresionante esplendor de la basílica de San Pedro, en Roma.
En cada Misa podemos decir glosando a Isaías: «Aquí está nuestro Dios, a quien acudimos para que nos salve. Este es el Señor y a Él recurrimos; estamos llenos de alegría, porque Él nos ha salvado».
Mt 15, 29-37
Para los pueblos antiguos, el pan era el elemento nutritivo fundamental; por eso era el símbolo de todo lo necesario para conservar la vida. Aun ahora, cuando una persona trabaja para mantener a su familia, decimos: “se gana el pan con el sudor de su frente”.
En el evangelio de hoy, Jesús alimenta milagrosamente al pueblo, multiplicando el pan.
Cada día nos sorprenden las noticias con nuevas cifras de pobres y de hambre que azota a la humanidad. Cada día también tratamos de olvidar y seguir nuestras vidas como si nada pasara. Pero también nosotros sentimos la precariedad de nuestras vidas y nos vemos sometidos a la enfermedad, a las necesidades y al hambre. Cuando el estómago está vacío no es posible pensar, la necesidad apremia. Quizás por esto los textos bíblicos que nos preparan en este Adviento están llenos de imágenes donde Dios se acuerda de su pueblo y le ofrece un banquete con manjares sustanciosos.
Quizás por eso se nos presenta Jesús multiplicando los panes y saciando el hambre de las multitudes que lo escuchan. El mensaje se hace concreto no sólo en la imagen de la comida ofrecida a todos los pueblos, reunidos como uno solo, sino en la cercanía y familiaridad con Dios, en la fraternidad y el gozo de encontrarse unidos y juntos los hermanos.
Pero esta fiesta y esta comida es señal del triunfo del Señor que ha quitado el velo de luto que cubre el rostro de los pueblos, el paño que oscurece a las naciones.
Frecuentemente nos preguntamos por el sentido de tantas víctimas de la injusticia, de tantos inocentes caídos y tantos culpables justificados y libres. Nada tiene sentido y nos hace dudar de la presencia de Dios. Lo mismo le pasaba al pueblo de Israel, pero se olvidaba de que él fue el primero en alejarse del Señor adoptando ídolos, sustituyendo a Dios por reyes poderosos, conviviendo con la injusticia.
El texto de san Mateo de este día nos hace percibir a Jesús muy cercano a todos los que sufren y a aquella multitud de menesterosos, tullidos, ciegos, sordomudos y enfermos que sienten cercano el consuelo de Jesús y su presencia.
Tiempo de Adviento, es tiempo de cercanía con el dolor, con el hambre y la necesidad, no para dejarla igual, no para mitigarla con las sobras, sino para unirla y presentarla ante Jesús. Él nos dará nuevas luces para enfrentar unidos y solidarios con todas las víctimas estos dolores, juzgarlos ante sus ojos y darnos nuevas esperanzas.
Adviento es cercanía del Señor con el que sufre y con el que tiene hambre. Cercanía que tiene que hacerse concreta en nuestro compromiso y nuestra solidaridad.