Jueves de la XXXIV Semana Ordinaria

Apoc 18, 1-2. 21-23; 19. 1-3. 9

Pensemos un momento en la situación de los cristianos a quienes va dirigido el libro del Apocalipsis.  Ellos padecen sufrimientos, persecuciones, muerte.  Se sienten desconcertados ¿dónde está la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte?

Si en un principio se había creído en la inminente venida definitiva de Cristo para resolver toda injusticia y condenar todo pecado, ahora esa realidad se miraba como lejana.  Por otra parte está la victoria del mal que se veía representada en el poder de la Roma imperial y del Cesar, su cabeza; por esto los duros calificativos: la Babilonia, la gran prostituta.  Roma representaba la idolatría, la persecución, la podredumbre moral, el orgullo que todo lo domina, la injusticia, la opresión, y no sólo la de su época, sino la de todos los tiempos y todos los lugares.

En ángel proclama la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, de Cristo sobre Satán.

Al final se dice una frase en la que se basa lo que oímos todos los días al mostrarnos el sacerdote la santa Eucaristía antes de la comunión: «Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero».

Que nuestra comunión vaya marcando nuestro avanzar en el camino pascual de Cristo y sea prenda de vida hasta llegar al banquete definitivo.

Lc 21, 20-28

Seguimos oyendo el discurso sobre el final de los tiempos.

Apenas podemos imaginarnos lo que para el pueblo judío significó esta catástrofe nacional y religiosa.  La insurrección de liberación promovida por los zelotes alcanzó un punto crítico en la Pascua del año 66, con la toma del palacio de Agripa y el ataque al legado de Siria.  Primero Vespasiano y luego su hijo Tito, serán emperadores, tomarán el país, sitiarán a Jerusalén, y el 17 de julio dan por terminados los sacrificios en el templo que será arrasado.

Lucas usa todas las imágenes bíblicas que manifiestan la grandiosidad terrible del día del Señor, los fenómenos cósmicos y meteorológicos.  El evangelista habla de la angustia, del miedo y terror de la gente.  A todo el mundo le dan ganas de enterrarse buscando protección; pero miremos lo que dice el evangelio: «Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación».

Es la palabra del ánimo y la esperanza que viviremos en la próxima etapa del año litúrgico: El Adviento.  En ese espíritu de esperanza «alegre y activa», vivamos nuestra celebración.