Apoc 14, 1-3. 4-5
Hemos iniciado la última semana de nuestro año litúrgico.
No olvidemos la finalidad esperanzadora del Apocalipsis, no nos dejemos atrapar por el exterior de los símbolos tan abundantes en este libro, sino miremos hacia donde ellos nos quieren guiar.
Hoy hemos visto una multitud incalculable; 12 son las tribus de Israel y 12 los apóstoles, los nuevos jefes del pueblo nuevo. El doce es totalidad y todavía más ahora, pues se trata del cuadrado de doce, 144.000, que es número figurativo. Hoy diríamos millones de millones. Esta incalculable multitud celebra una liturgia laudativa delante del Cordero. Todos cantan el cántico nuevo.
El Cordero nos apareció «como inmolado». Pero ahora es el triunfador que está de pie sobre el monte Sión. Los que lo alaban llevan en la frente su marca. Han vivido conforme a su ejemplo y a sus dictados. Supieron vivir sin mancha y sin mentira.
Unámonos hoy en el seguimiento y en la alabanza del Cordero para podernos unir un día al himno eterno de los glorificados.
Lc 21, 1-4
Estamos en la última semana del tiempo ordinario y del año litúrgico y estamos, según la narración de Lucas, oyendo los últimos acontecimientos de la vida del Señor antes de su Pasión. Jesús está predicando en el templo. Jesús mira lo que pasa en aquella galería de columnas del amplio atrio; ante la «Tesorería», hay trece arcas en las que se depositan las limosnas, en sus diversas clases, las cuantiosas de unos ricos, y las pequeñísimas de una pobre viuda, dos «leptas», la sexagésima cuarta parte de un denario, es decir, del salario de un día. Desde nuestro punto de vista, se trata de una realidad «grande», ante una realidad «pequeña». Desde el punto de vista de Dios -el real, el verdadero- los valores están invertidos: «Yo les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que todos».
¿Procuramos que nuestro punto de vista sobre las realidades, las circunstancias, las personas, los valores que nos rodean, se parezca cada vez más al de Dios?