Martes de la XXXIV Semana Ordinaria

Apoc 14, 14-19

Hoy nos presentaba el libro del Apocalipsis una de las visiones de san Juan: la visión de la venida de Cristo.

El protagonista es «alguien semejante a un hijo de hombre», es el mismo «Hijo del hombre» del Evangelio, Cristo, que aquí nos aparece glorioso, coronado como rey que es, pero también con una hoz.

Es el juicio final, el hecho que vendrá a dar a cada uno lo que merece, donde las injusticias quedarán vengadas y donde los reales valores aparecerán.  Será el triunfo de la vida sobre la muerte, de la alegría sobre el sufrimiento.

Es la época de la siega y de la vendimia, imágenes ya usadas por Joel (4,13) y por el mismo Cristo (Mc 4, 29).

Tengamos siempre presente este juicio definitivo, no con temor y temblor, pero sí con fidelidad, sabiendo que nos juzgará el amor y nos juzgará sobre el amor.  Por esto, con toda la Iglesia clamaremos siempre, tal como será el tema del Adviento ya cercano: Marana tha -ven, Señor.

Lc 21, 5-11

Seguimos en la última semana de Jesús, previa a su Pasión, y en nuestra última semana del año litúrgico.  Jesús está en el templo, predicando.  Es inevitable que los discípulos se sientan orgullosos de la construcción del templo, de la «solidez de su construcción»,  de «la belleza de las ofrendas».

Jesús comienza su «discurso sobre el fin del mundo».  El Señor usa las imágenes más o menos terribles de los acontecimientos de los últimos días.  Primero una imagen aterradora, la destrucción del templo, algo inconcebible para la mentalidad patriótica y religiosa de los contemporáneos de Jesús.  El será acusado en su proceso: «le hemos oído decir: yo destruiré este templo… » (Mc 14, 38), y de Esteban se dirá: «lo hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar…

Pero sucedió que el templo, aun lleno de misterio y de presencia de Dios, había fallado a su función mesiánica, no por él mismo, sino por el pueblo de quien era expresión.  Dios ya ha encontrado su tienda (Jn 1,14) y su habitación entre los hombres (Apoc 21, 1s).

Recibamos la Palabra, hagámosla vida con la fuerza del Sacramento.