San Lucas

Lc 10, 1-9

Hoy, la liturgia de la Palabra nos presenta los pequeños detalles del día a día de los seguidores de Jesús. Asumir la misión apostólica implica la lucidez implícita a la misión recibida. Tanto Jesús aconseja y orienta en los pequeños detalles como alerta de los desafíos que encontraremos en la misión. Pablo, apóstol incansable del Evangelio, vive y experimenta las dificultades propias de quien vive la fe en Jesucristo.

Pero el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje

Esta carta, atribuida a Pablo, tiene un tono íntimo y de confidencialidad. Su destinatario era Timoteo, gran amigo y colaborador de Pablo. Con el último versículo del fragmento de la carta que la liturgia nos presenta hoy, se resume todas las situaciones y adversidades vividas por Pablo. Y a pesar de todo, merecía la pena. El único en quien puede confiar con total certeza es el Señor, pues es Él quien le ayuda y da salud. El motivo por el cual toda su vida y los sufrimientos enfrentados valen la pena es conseguir anunciar de forma íntegra el Evangelio a los gentiles.

Hoy, la primera lectura nos presenta el detalle de las pequeñas cosas que hacen parte del día a día del seguidor de Jesús, entre ellas quien va a un lugar o a otro, quien está con él en la misión, qué materiales necesita y quien podría ayudarle. Y como la vida de fe no es una ilusión, sino una realidad encarnada y concreta. En la confidencialidad del desahogo también comparte quien le trató mal, quienes le abandonan, quienes… Eso sí, resume todo lo compartido afirmando que el Señor le ayudó y fue posible anunciar el mensaje a los que no se habían encontrado con Cristo.

¡Poneos en camino!

Así, con ese ímpetu, envía Jesús a otros setenta y dos, de dos en dos. Aquellos que debían ir delante de Él. Así nos continúa enviando a nosotros, a los lugares a donde Él debe ir. Y nos envía con los mismos consejos y advertencias. Los pequeños detalles del saber llegar y saber salir de un lugar, de aceptar la acogida que se nos ofrece, de cómo debemos comportarnos… Pero también alertando que nos envía en medio de situaciones donde impera el mal, que no siempre seremos acogidos, ni nosotros ni el mensaje que llevamos con la vida y la palabra. Que no nos preocupemos… la paz reposará sobre aquellos que son gente de paz.

Pongámonos en camino, con prontitud y lucidez en medio de las circunstancias en las cuales nos corresponde vivir la fe. El encuentro personal con Jesucristo nos alienta y fortalece. La llamada a participar de esta misión es honesta, pues no promete ninguna realidad utópica ni ideal. La fidelidad se criba en las dificultades.

Dejemos resonar dentro de nosotros: “¡Poneos en camino!”

Martes de la XXVIII Semana Ordinaria

Lc 11,37-41

Una cosa que no nos ayuda a crecer en santidad es el maximizar lo que quizás no es importante y minimizar lo que sí lo es.

Hoy en día, como en el tiempo de Jesús, se le da mucha importancia a la «exterioridad».

Es muy interesante la actitud que Jesús adopta ante los fariseos.  Acepta las invitaciones a comer, pero no se deja atrapar por sus redes de hipocresía; puede estar muy cerca de ellos y compartir con ellos todo lo que le ofrecen, y hacerlo sinceramente, pero al mismo tiempo sentirse plenamente libre para manifestar sus convicciones.

Sentarse a la mesa sin lavarse las manos, quizás a nosotros se nos ocurriría que sería falta de higiene, pero los fariseos van mucho más allá.  No se trata de que las manos estén sucias, sino que las consideran impuras.  Pero, ¿cómo está el corazón?, esto no les preocupa.

A nosotros, nos sucede con mucha frecuencia lo mismo.  Somos capaces de detectar las más pequeñas minucias y tragarnos limpiamente los más grandes problemas como si no hubiera pasado nada.  Hipocresía, palabra que suena dura y que todos rechazamos, pero es la actitud que asumimos constantemente en nuestras relaciones. 

No se trata de ser cínico e ir por el mundo lanzando insultos y ofensas en aras de una supuesta sinceridad.  No. La hipocresía no está reñida con el cinismo, sino con la verdad y la honestidad.

Podemos equivocarnos, es cierto, pero una cosa es una equivocación, que a cualquiera nos pasa, y otra es llevar una vida doble: exigir una cosa y vivir otra; decir que estamos luchando por unos ideales y en realidad estar persiguiendo nuestros propios propósitos.

Desgraciadamente en muchos ámbitos sociales, políticos y también religiosos, nos importa más lo que dicen y opinan los demás, el quedar bien, aparentar, pero finalmente estar engañando.

La imagen de la limpieza del vaso es más que elocuente, se limpia el exterior pero el interior está lleno de robos y maldad.  La solución que Cristo propone va mucho más allá de lo que la apariencia sugiere.  No propone la limosna que acalla y tranquiliza la conciencia, sino una verdadera participación de nuestros bienes y de nuestras personas en favor de los necesitados. 

Sólo cuando se tiene el corazón libre se es capaz de dar nuestro tiempo, nuestra persona, nuestras posesiones a favor de nuestros hermanos.  Entonces la religiosidad tiene un sentido.  Se puede ofrecer el sacrificio porque estamos siendo coherentes con la ofrenda que presentamos y con la vida que vivimos.

¿Nos llamará Cristo también a nosotros hipócritas?  ¿Qué tendremos que cambiar?

Lunes de la XXVIII Semana Ordinaria

Lucas 11, 29-32

A este texto le precede una perícopa donde se relata que Jesús expulsa un demonio el cuál había dejado mudo a un hombre, es decir, Jesús, es, ofrece un signo de vida a una persona oprimida, excluida. Sin embargo, algunos dudan, otros piden un signo diferente y algunos se sorprenden, para todos ellos es difícil abrirse a la acción, presencia, de Jesús, les supone un cambio, una apertura. Es en este contexto donde el texto de hoy se desarrolla.

Jesús está rodeado de una multitud, parece que están buscando “algo”, ¿un mensaje de vida o alguna respuesta o esperando alguna oferta? Jesús se dirige a ellos como una generación malvada, generación que no acepta su presencia, su palabra y gestos no son acogidos.

Ante la obstinación y el rechazo de esta generación Jesús reacciona con firmeza afirmando que las palabras de Jonás, las cuáles invitaban a la conversión, fueron acogidas como signo de la presencia de Dios, de su compasión y su amor por el pueblo, así Él está llamado a ser, presencia de Dios.

Jesús está presente en nuestro mundo “yo estoy con ustedes todos los días” (Mt 28, 20). No obstante, su presencia para engendrar vida necesita ser recibida, acogida. Jesús nos deja libres para abrirnos o cerrarnos ante Él, acoger la vida o rechazarla. Hoy lunes, ¿qué signos de la presencia de Dios descubro a mí alrededor? ¿Cómo lo acojo? ¿A qué me invita?

Sábado de la XXVII Semana Ordinaria

Lucas 11, 27-28

“Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. Y es que Jesús nos dirá lo mismo durante la última cena: “Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor”. El Evangelio de hoy toca una de las fibras más sensibles del ser humano: su voluntad. ¡Cuántos buenos propósitos, cuántas buenas intenciones, cuántos deseos de conversión… y, qué pocas realizaciones!

Decir, hablar y prometer, cuesta poco. Es el paso del dicho al hecho, lo que marca la diferencia entre un hombre auténtico y otro de carnaval. Obras son amores y no sólo buenas razones.

Jesús, al ofrecernos este pasaje de su vida, tiene presentes nuestras miserias y limitaciones. Con ello, no quiere decir que hemos de ser perfectos de la noche a la mañana: “Nadie es bueno sino sólo Dios”. El Evangelio habla de los que oyen y guardan la palabra de Dios. Estas dos acciones, implican interés, esfuerzo y generosidad por parte nuestra. Habrá caídas, habrá dificultades y fracasos. Pero no estamos solos. Jesús subió a la cruz para enseñarnos el camino, para demostrarnos que es posible escuchar y poner por obra la palabra de Dios. Cristiano no es un nombre, ni una etiqueta de almacén. Cristiano significa discípulo de Cristo, imitador del Maestro.

Ojalá que este texto de San Lucas sea un llamado a la coherencia de vida y una invitación a poner por obra nuestra fe. La fe sin obras es una fe muerta y, la mayor de todas las obras es la caridad.

Viernes de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 15-26

Jesús acaba de expulsar a un demonio. Ante este hecho hay tres reacciones: la de corazón limpio; que reconoce la acción de Dios por medio de Jesús y “se quedó admirada; a los que no les convencen del todo: quieren “una señal apocalíptica, aniquiladora de los enemigos de Israel; por último los que admiten lo evidente, la eficacia de sus exorcismos, pero afirman que “echa los demonios con el poder del jefe de los demonios” para confundir a la gente.

Este relato recoge el momento más duro de la polémica de Jesús con la autoridad religiosa de su pueblo. El afán de desprestigiar a Jesús les lleva al extremo de acusarle de expulsar los malos espíritus por pura magia. No se dan cuenta de que no tiene sentido acusar a Satanás, haciéndose la guerra. Por otra parte olvidan que los discípulos, que hacen lo mismo que Jesús, son personas que pertenecen al pueblo y no tiene sentido acusarles de magos.

Jesús rebate con toda lógica: “¿Satanás va a combatir contra Satanás? Yo echo los demonios con el dedo de Dios. El que no está conmigo, está contra mí”. El confirma: “Todo lo puedo en aquél me conforta”. Con la fe y disponibilidad ante el Espíritu, “donde haya odio haremos brotar el amor; donde haya tristeza, la alegría; donde haya guerra, la paz”.

Ntra. Sra. La Virgen del Pilar

Lc 11, 27-28

En estos versículos del Evangelio de San Lucas se muestran dos enfoques diferentes en los dos personajes que se mencionan, la mujer y Jesús.

La mujer que levantó la voz en medio del gentío pone de manifiesto la maternidad de María y la importancia de la lactancia, este alimento natural que cualquier madre en las mismas circunstancias da a su hijo y que expresa ternura y entrega.

En contraposición Jesús no hace ningún comentario al respecto y directo con relación a su madre, solamente se limita a elogiar a los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

Indirectamente claro que elogió a su Madre ya que fue la única persona que acogió esa Palabra y la cumplió durante toda su vida, realizando la misión que Dios le tenía encomendada, por eso tiene asignado un puesto especial en la Iglesia.

A lo largo de los siglos la Iglesia ha vivido y sigue viviendo momentos complicados para hacer llegar a la civilización del momento las palabras del Evangelio, por eso es interesante recordar la advocación de la Virgen que hoy celebramos, la Virgen del Pilar, cuyo origen, centrándonos en el contexto histórico y la tradición, se apareció al Apóstol Santiago y a sus discípulos en la noche del 2 de enero del año 40 D.C., junto al río Ebro, de pie sobre un pilar de jaspe.

La Santísima Virgen pidió que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que “permanecería este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obrara portentos y maravillas por su intercesión de aquellos que en sus necesidades imploren su patrocinio”.

Se construyó en aquel lugar una capilla, que al cabo de los siglos y después de haber sufrido numerosas ampliaciones y transformaciones, se proyectó la Basílica actual, lugar mariano por excelencia de oración y peregrinaje obligado para todas las personas que visitan Zaragoza.

Son muchas las ciudades y gremios, tanto en España como en América, que la tienen como Patrona.

Es imprescindible que los cristianos escuchemos, contemplemos y saboreemos la Palabra de Dios para luego transmitirla a los demás, entregándonos con toda el alma y nuestras fuerzas para transformar el corazón de parte de la Sociedad actual tan necesitada de la Buena Noticia.

María que se manifestó sobre una columna, siga siendo pilar y fortaleza para las personas que con fe soliciten su intervención.

¿María es pilar y fortaleza para ti?

¿En momentos complicados de tu vida acudes a Ella como Madre?

Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Lucas 11, 1-4

La oración es constante en la vida Jesús. Todos los evangelistas lo destacan. Al contemplar la importancia que Él daba a la oración y el observar su práctica al retirarse todas las noches a orar, suscita en sus discípulos el deseo de encontrar una forma nueva de relacionarse con el Padre. Tal vez ahí manifiestan su incapacidad para hallar el modo de dirigirse a ese Dios, Padre acogedor, que requiere un nuevo estilo de acercarse a Él. Es la razón por la que un discípulo pide “que les enseñe a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.

Es una petición sencilla la que le hace este discípulo. Quizá en ello se encuentre una razón más profunda. Ellos han escuchado a Jesús hablar constantemente del Buen Padre Dios. Han ido comprendiendo un modo nuevo de entender a Dios y la relación que hemos de mantener con Él. Las enseñanzas de Jesús los han situado ante un Dios muy distinto del concepto que ellos tenían. Acorde con su doctrina renovadora, les propone una oración singular, donde se resumen sus enseñanzas. Por ello, viene a ser un resumen donde se compendian la novedad de un Dios Padre de todos al que podemos acudir con la confianza de hijos.  

Jesús, accedió a esa petición y, con la sencillez que tienen siempre sus palabras, les enseñó un modo novedoso de dirigirse a Dios.

Necesidades y valores

Alguien ha dicho que el Padrenuestro, antes que una lista de necesidades, es una lista de valores. Es la escala de valores que vive Jesús y, por lo mismo, nos la ofrece como nuevo modo de vivir y de orar.

San Basilio nos ofrece un consejo para hacerlo bien: Siempre que ores no empieces desde luego pidiendo; porque entonces harás aparecer tu afecto como culpable, acudiendo a Dios como obligado por la necesidad. Así, cuando empieces a orar, prescinde de toda criatura visible e invisible, y empieza por alabar a Aquel que ha creado todas las cosas. Por esto añade: «Y Jesús les respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Padre…

Comienza por situarnos ante Alguien que, es Padre de todos, no solo mío. “Por lo tanto, afirma el Papa Francisco, No, es el Padre mío, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un Padre, con certeza, mío, pero también de los demás, de mis hermanos”.

En esta oración hallamos los elementos que han de caracterizar toda oración auténticamente cristiana. En ella nos dirigimos a una persona concreta que es Padre; en ella, alabamos a Dios y expresamos nuestro anhelo de que llegue su Reino hasta nosotros; expresamos, también, nuestras necesidades, tanto espirituales como temporales; pedimos perdón y ofrecemos el nuestro a quienes hayan podido ofendernos. Finalmente, pedimos su fuerza para que nos ayude, especialmente en los momentos de tentación. Concluye con una petición general: que nos libre de todo mal.

Stop

Sin duda, el Padrenuestro es la oración más hermosa y entrañable que tenemos los cristianos. El riesgo que corremos todos es dejarnos llevar por la inercia y permitir que las palabras rueden por nuestros labios sin ser conscientes de lo que rezamos. Es un riesgo muy próximo a nuestras costumbres. Es la oración que aprendimos de pequeños, unida, quizá, a nuestra apertura a la trascendencia; la hemos repetido muchísimas veces y, por ello, no es raro sorprendernos perdidos en la inercia. La oración se desvirtúa cuando solo es un murmullo vacío. Es el reto que tenemos.

Hoy podríamos orarlo con el esfuerzo de hacerlo muy conscientemente. Tampoco estaría mal recordar a quienes nos lo enseñaron y nos ayudaron a dar el primer paso en la oración. Finalmente es un signo de agradecimiento el compromiso por transmitirlo a quienes sea posible, conscientes de que es un tesoro que acompañará a otros, como nos ha acompañado a nosotros, toda la vida.

Martes de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 10,38-42

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración.

Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: «María ha escogido la mejor parte». Y esta parte es aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús.

A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: «Esta es la mejor parte», porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón.

Y el Señor un poco nos dice: «La primera tarea en la vida es esto: la oración». Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros.

Y Marta… ¿Qué hacía? No oraba. La oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir la mejor parte.

También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada.

En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas.

Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor.

Lunes de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 10,25-37

El texto de Lucas que hemos escuchado hoy, comienza señalando la verdadera intención de ese maestro de la ley. Era muy común que intentarán poner en aprietos al abordar a Jesús. Esperar y ver como era su respuesta, ¿sería un verdadero Rabí? ¿O un embaucador?

En este caso podemos apreciar la forma magistral con la que Jesús, responde. El maestro de la ley le hace la primera pregunta y se queda a la escucha. Jesús va a utilizar una metodología curiosa, (nuestro refranero también la conoce…) le responde formulando otra pregunta y se queda esperando y a la escucha de su interlocutor. Jesús afirma lo correcto de la respuesta y, con una pequeña frase: “Haz eso y vivirás”, da por concluido el dialogo.

Sin embargo, el maestro de la ley hace la pregunta, no para entender mejor, sino para ganar ventaja sobre Jesús y el resultado no pudo ser más desastroso. Jesús le remite a su propia conciencia y conocimiento de la ley. Es como si le hubiera dicho: Ahí, encontrara todo. ¿No eres tú el experto?

El maestro, actúa como un hábil interlocutor que quiere sacar puntos en el debate, de ahí, la 2ª pregunta formulada: “¿Y quién es mi prójimo? Ante esta pregunta, Jesús les narra una historia apasionante, quiere mantener la atención de sus oyentes, que esperen el desenlace final. El maestro de la ley no se imagina cuán lejos va a llevar Jesús la definición de prójimo.

Hemos escuchado la parábola, y no desearía que hoy nos distrajera la explicación de todos los personajes y del porqué actuaron de tal forma en esta historia. A veces podemos dar por buenas ciertas escusas en el actuar, intentemos no caer en ellas. Hoy, en mi situación concreta: ¿quién es nuestro prójimo?

En resumen, es toda persona que necesite nuestra ayuda, comprensión, agradecimiento y colaboración.  Quedémonos con la respuesta correcta a la última pregunta de Jesús y el envío que Él nos hace: “Vete y haz tu lo mismo”.

Sábado de la XXVI Semana Ordinaria

Lucas 10, 17-24

¡Qué alegría de los discípulos después de una jornada tan exitosa! Los demonios les temen, curan leprosos, hacen caminar a los paralíticos, dan la vista a los ciegos etc. Todo perfecto después de unos días de misiones.

Como tantos de nosotros que al final de la semana nos alegramos porque nos ha ido bien en los estudios, hicimos el bien a una persona, nos subieron el sueldo en nuestro trabajo, nos callamos cuando quisimos decir una palabra ofensiva a alguien, aumentaron las ventas de nuestros negocios y demás aspectos positivos que nos pudieron haber pasado.

Nos sentimos contentos, como los discípulos, porque las cosas salieron como nosotros queríamos. Sin embargo, Cristo nos dice que no debería ser éste el motivo principal de nuestra alegría. La satisfacción tan agradable y tan necesaria que experimentamos por haber hecho el bien en esta tierra nos debería llevar a pensar en los méritos que ganamos para el cielo. Este es el motivo principal por el cual deberíamos de estar contentos. Saber que hemos actuado de tal forma que nuestros nombres están escritos en el reino de los cielos.

Sabiendo los motivos de nuestra verdadera alegría es como si hubiésemos encontrado el tesoro que buscábamos en nuestra vida. Custodiemos este tesoro y no permitamos que los ladrones de la vanidad, avaricia, egoísmo nos lo arrebaten.