Mt 9, 9-13
San Pablo nos regala unas palabras que son todo un plan de vida, una guía para que podamos movernos por el mundo. En unos pocos párrafos resume lo que debe ser nuestra actitud, nuestro espíritu de servicio hacia los demás y nos anima a confiar plenamente en el Señor. Nos habla de la vocación personal de cada uno, nos dice que debemos permanecer unidos frente a Dios, nos da palabras de esperanza. Obedientes al Padre, seguidores del Hijo y confiados en el Espíritu, no cabe mejor resumen de la vida del cristiano.
Muchas veces nos hayamos perdidos en la vida, tenemos buena voluntad y queremos ayudar a los demás pero no encontramos nuestro lugar. De la meditación profunda, de nuestra oración personal con Dios, saldrá nuestra vocación, sentiremos la llamada de Jesús: religioso, padre de familia, laico comprometido, lector en nuestra parroquia, voluntario en acciones humanitarias… Todos tenemos una vocación, un hueco en el mundo desde el que hablar a los demás de Dios y a Dios de los demás como hacía nuestro Padre Santo Domingo. Y no se trata de grandes cargos ni títulos rimbombantes. Desde la sencillez de lo cotidiano, desde el hogar, el taller, la oficina o el campo podemos ser muy útiles a Dios y a los hombres. Y todos unidos, como dice San Pablo, sabiendo que somos piezas fundamentales (por pequeñas que parezcan) del gran engranaje que es la Iglesia. Desde el Papa hasta la última viejecita que reza el Rosario en su casa pidiendo por el mundo, todos somos necesarios e importantes.
Te animo a que medites este texto, a que te pongas en oración y le pidas a Cristo que te enseñe el camino y verás cómo lo encuentras. Un Señor, una Fe, un Bautismo, todos juntos como una familia.
«Misericordia quiero y no sacrificios»
Un triple mensaje nos da Jesús en este hermoso pasaje. Por un lado la respuesta a su llamada: cuando le dice a Mateo que le siga éste no lo duda ni un momento, se levanta de su puesto de trabajo y va tras el Maestro, sin más preguntas. Siente la vocación y deja todo para encarar su misión. Pensemos que San Mateo era un funcionario público, un recaudador de impuestos, alguien con mucho peso en la sociedad judía. Y sin embargo abandona todo y sigue la llamada de su vocación.
En segundo lugar, y ante el escándalo que provoca su comportamiento entre los fariseos, Jesús nos da una de las claves de su venida a la tierra: curar a los enfermos, atender a quien realmente lo necesita, salvar a los pecadores. Cuántas veces nos escandalizamos ante comportamientos que creemos inadecuados por parte de alguien a quien admiramos, baste recordar los encuentros de Santa Teresa de Calcuta con muchos personajes famosos, pero ¿cuánto bien hicieron esas fotos para dar a conocer su labor y para la conversión de muchos que se acercaron a ella? No juzguemos a la ligera y busquemos el sentido profundo de las cosas.
Y en tercer lugar la frase que toca directamente a nuestras conciencias: «Misericordia quiero y no sacrificios» ¿De qué me valen horas y horas de ayunos y penitencias si no me hablo con mi hermano por una antigua rencilla? ¿Para qué sirven mis oraciones si no soy capaz de amar al que me hace mal? ¿Dónde van a parar mis actos «de piedad» si no tiendo la mano al que sufre cerca de mí? En la misericordia se encuentra la clave del mensaje de Cristo. No digamos que tenemos vocación, que somos buenos cristianos, que cumplimos con los preceptos si no tenemos misericordia, si no practicamos el amor sin límites hacia el prójimo. Como dice San Pablo «Si no tengo amor no soy nada».
Os animo a que leáis con detenimiento este pasaje del Evangelio, puestos en oración, y lo apliquéis a vuestra vida cotidiana.