Viernes de la XXVII Semana Ordinaria

Joel 1, 13-15; 2, 1-2.

Sobre los campos israelitas se ha cernido una nube de langostas que ha dejado al pueblo sin alimentos y en un grave peligro, pues no hay grano para alimentarse, y los mismos animales, al faltarles el sustento, acabarán muriendo y poniendo en grave riesgo al pueblo.

Por eso se convoca a todo el pueblo para que ore, para que haga oración, para que haga penitencia. Dios, rico en misericordia, librará a los suyos de este ejército que se ha cernido sobre ellos; y, entonces, también el culto estará asegurado. Dios, todo amor con quien lo ama y con quien invoca su Nombre, ha mirado nuestra humillación y se ha compadecido de nosotros enviándonos a su Hijo para que nos libre de la mano de nuestros enemigos y de todos los que nos odian.

No sólo lo hemos de invocar con el corazón arrepentido y con signos externos de penitencia; nuestra mejor forma de honrar a Dios es manifestando, con nuestras obras, que en verdad hemos vuelto a Él y que hemos hecho nuestra su Victoria sobre nuestro enemigo.

 Lc 11, 15-26

Este discurso de Jesús se genera a propósito de la Expulsión de un demonio. Con este pasaje nos deja en claro la existencia de los «ángeles malos» o demonios.

Esto lo digo pues hoy es común encontrar personas que niegan su existencia y atribuyen la acción demoniaca a factores únicamente «Psicológicos» o «paranormales». Esta es una de las tácticas favoritas del enemigo del Reino… pasar desapercibido… de incógnito, de manera de tomar a sus víctimas por sorpresa. Es real. Si bien es cierto que difícilmente puede tomar posesión de una persona, se ensaña destruyendo o dañando la vida de quien le da cabida, sea a base de la tentación (medio ordinario de su acción), sea mediante la perturbación (la cual requiere una permisión de parte nuestra).

Los Juegos como la guija, la lectura de las cartas y del café, la consulta de adivinos, etc., lo que hacen es abrir la puerta para que Satanás pueda tener acceso no solo a la tentación, sino a ciertas áreas de nuestra vida (pues debilita la fe y la gracia que son nuestras barreras contra el demonio).

Quien ha tenido trato con estas cosas debe confesarse y pedir al sacerdote que ore por él mientras se hace una profesión de fe y se renuevan las promesas bautismales. Si sabes de alguien que ha estado en contacto con esto, es tu deber como cristiano de advertirlo y ayudarlo para que pueda recobrar la gracia y cerrar su puerta a la acción del demonio. De esta manera estarás como Cristo construyendo el Reino.

Jueves de la XXVII Semana Ordinaria

Mal 3,13-20

Tenemos un dicho entre nosotros que reza: «caras vemos corazones no sabemos», esto es porque las apariencias engañan. Es fácil pensar que los que viven al margen de Dios, los que no cumplen con ir a misa, ni oran; que aquellos que oprimen a los demás y viven de sus riquezas son felices. La verdad es que, todo esto es solo apariencia, pues quien no tiene a Dios no tiene nada.

En la superficie se ven personas normales, sonríen y se divierten pero la realidad es que viven una profunda soledad. Es por ello que buscan el trabajo desmedido, las fiestas, el ruido, el alcohol, las drogas, el sexo, etc… pues la realidad es que nada puede llenar el vacío que se produce en el corazón del hombre cuando éste ha desterrado a Dios de él. Lo más triste es, como nos lo presenta la lectura de hoy, que algunos se dejan atraer por esta visión superficial y terminen por abandonar ellos también al Señor.

La felicidad no está en la prosperidad económica, ni en el poder, ni en el placer… la verdadera y única felicidad está en Dios. Dios no nos ofrece ni oro ni plata, nos ofrece su amistad y con ello, durante esta vida, la paz y el gozo perdurable, y en la otra la gloria eterna. Busca ser feliz con lo que tienes, y recuerda que si tienes a Dios lo tienes todo.

Lc 11, 5-13

Cuando recorremos alguna playa o las zonas costeras y percibimos la arena y los acantilados, no podemos menos que maravillarnos del poder del agua. No es que el agua sea fuerte en sí. A base de la constancia y la perseverancia es capaz de perforar, limar o erosionar cualquier tipo de roca o de superficie.

El Evangelio de hoy nos habla de la perseverancia en la oración. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá…”. Un ejemplo tan humano como el del amigo que nos viene a pedir tres panes a medianoche, es suficiente para hacernos pensar sobre la realidad de este hecho.

En el caso de la oración, no se trata de una relación entre hombres más o menos buenos o, más o menos justos. Se trata de un diálogo con Dios, con ese Padre y Amigo que me ama, que es infinitamente bueno y que me espera siempre con los brazos abiertos.

¡Cuánta fe y cuánta confianza necesitamos a la hora de rezar! ¡Qué fácil es desanimarse a la primera! ¡Cómo nos cuesta intentarlo de nuevo, una y mil veces! Y sin embargo, los grandes hombres de la historia, han sufrido cientos de rechazos antes de ser reconocidos como tales.

Ojalá que nuestra oración como cristianos esté marcada por la constancia, por la perseverancia con la cual pedimos las cosas. Dios quiere darnos, desea que hallemos, anhela abrirnos… pero ha querido necesitar de nosotros, ha querido respetar nuestra libertad. Pidamos, busquemos, llamemos, las veces que haga falta, no quedaremos defraudados si lo hacemos con fe y confianza. Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Colaboremos con Él. ¡Vale la pena!

Aprendamos a confinar en el infinito amor de Dios y a no desfallecer en nuestra oración.

Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Jon. 4, 1-11.

El camino que nos lleva a la perfección puede causarnos demasiados problemas; pues, por desgracia, a veces no entendemos sino a base de grandes golpes que nos sientan a reflexionar sobre lo que en realidad es Dios y lo que nos imaginamos, equivocadamente de Él. A veces no quisiéramos dejar actuar a Dios; más aún: quisiéramos un dios a la medida de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros egoísmos religiosos para manipularlo a nuestro antojo. Pero Dios se escapa de cualquier trampa que le tendamos y nos manifiesta que, así como Él ama a todos sin distinción, así hemos de amarnos unos y otros.

¡Qué alegría tan grande hay en el cielo por un sólo pecador que se convierte! Pero el hermano mayor siempre se enoja porque el hermano menor retorna a casa, derrotado por sus anhelos equivocados, sin darse cuenta que también él ha sido derrotado por sus imaginaciones equivocadas acerca de aquellos que son amados de Dios. A veces nos entristecemos más porque desaparece aquello que nos daba seguridad, como el dinero y los bienes materiales, que porque muchos, lejos del Señor, viven al borde de perderse para siempre. Jesucristo nos ha enviado a salvar todo lo que se había perdido; no podemos, por eso, condenar a nadie sino buscar a quienes desbalagaron en una noche de tinieblas y oscuridad; y buscarles hasta encontrarles, no para despreciarlos, no para condenarlos, no para hacerlos volver a golpes y amenazas al redil, sino cargarlos amorosamente sobre nuestros hombros, haciendo nuestras sus miserias y tristezas para que recuperen la paz y la alegría y puedan, así, volver a Dios.

Lucas 11, 1-4

En el mundo del deporte, además de las habilidades personales, un excelente entrenador juega un papel decisivo. Es parte de nuestra naturaleza el tener que aprender y recibir de otros. Puede parecer una limitación pero es, al mismo tiempo, un signo de la grandeza y de la maravilla del hombre.

En el Evangelio de hoy, los discípulos le piden a Jesús: “Señor, enséñanos a orar…”. La oración es el gran deporte, la gran disciplina del cristiano. Y lo diría el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: “Vigilen y oren para que no caigan en tentación”. Él es nuestro mejor entrenador.

Hoy, nos ofrece la oración más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de un auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida a una persona: Padre; en ella, alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a quienes nos han ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.

Martes de la XXVII Semana Ordinaria

Jon 3,1-10

Con este pasaje, la escritura nos muestra, a través de la actitud del Rey de Nínive lo que significa e implica el convertirse de corazón. Desde ayer iniciamos como primera lectura el libro de Jonás, un libro lleno de enseñanzas y sabiduría.  Hoy continuamos su lectura.  Nos encontramos ya en el capítulo tercero, y vuelve a aparecer el llamado y la misión dada por Dios a Jonás. Parecería que el amor de Dios es más insistente que la rebeldía y la oposición del hombre. 

Contra su voluntad, va Jonás a predicar un castigo en el que él mismo no cree pero que se le ha pedido que anuncie.  El profeta habla en nombre del Señor y a veces, en contra de sus propios deseos.  Es frecuente que encontremos estas situaciones en los profetas: tienen que dar un mensaje que muchas veces no les gusta y que de buena gana no lo harían, sin embargo ahí está el mensaje y para sorpresa el pueblo de Nínive se convierte y cambia de actitud. 

Todos desde hombres hasta animales se ponen o son puestos en ayuno, manifiestan su arrepentimiento y buscan dejar de cometer injusticias, y Dios al mirar cómo se convierten de su mala vida, cambia de parecer y no les manda el castigo que había determinado imponerles.

Esto provocó un fuerte disgusto y enojo en Jonás.  Se siente que ha sido burlado y que no se le volverá a creer.  Pone por encima de la voluntad y el reconocimiento de Dios su propia voluntad y su propio reconocimiento.

Quizás hoy nos falte insistir en la conversión. Tanto fieles como pastores nos hemos concretado a anunciar preceptos, pero no a insistir que la Buena Nueva siempre inicia con un camino de conversión.  Y atención, es propuesta de conversión, no es condena anticipada.

A mí siempre me sorprende que el amor y el perdón de Dios es más grande y accesible que el perdón de los hombres.  Dios siempre está en búsqueda de cada uno de nosotros y espera que nos convirtamos, que dejemos cada uno de nosotros nuestra mala vida y no volvamos a cometer injusticias.

También tenemos que estar atentos a no condenar a los demás y a alegrarnos con su arrepentimiento; mirar a cada persona como la miraría Dios, que es un Padre amoroso que sale en busca de sus hijos.

Hoy es tiempo de conversión, de arrepentimiento, de acogida del pecador.  El Señor nos busca y nos espera cada día; nos busca y quiere dialogar con nosotros como con Marta, como con María, dando espacio y tiempo al Señor en nuestra vida.

Lc 10,38-42

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración. Es cierto, la vida moderna nos lleva a vivir cada día como un conjunto de actividades en frenética sucesión. No encontramos el momento para orar, y cuando lo encontramos, la inercia de las actividades que hemos tenido que desempeñar no nos permiten recogernos y profundizar cuanto quisiéramos en nuestro diálogo con Cristo.

Una situación similar nos presenta el Evangelio de hoy. Marta representa al cristiano de nuestro tiempo, que descubre y aprecia la presencia de Cristo en su vida pero que no es capaz de salir del remolino del activismo para disfrutar de la cercanía del Maestro. Y no es que Jesucristo en el Evangelio menosprecie el trabajo de Marta, sino que pretende enseñarla cómo elevarse desde su postura en la que sólo lo material cuenta para saber gustar, también desde el plano de sus labores del hogar, de la compañía de Cristo. Nos dejó dicho Santa Teresa que “también entre los pucheros está Dios”. Son pues para nosotros las palabras de Cristo una invitación a saber compartir con Él las cosas de cada día. No pretender que para orar siempre encontraremos el lugar y el tiempo propicio, sino aprender a estar cerca de Él en el trabajo, en el atasco de tráfico, en la cocina,… y así hacer de nuestro día una oración continua en la que también nosotros hayamos tomado “la mejor parte

Lunes de la XXVII Semana Ordinaria

Jon. 1, 1-2, 1. 11.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. A nadie creó Dios para la muerte, pues Él no se deleita en la muerte sino en la vida. Ninguno, que haya experimentado el amor y la misericordia de Dios, puede condenar a los demás pensando que sólo él tiene derecho exclusivo sobre Dios. Jonás, recalcitrante a hacer partícipe de la misericordia de Dios a los pueblos paganos, es conducido por Dios hasta el lugar donde el Señor quiere que se cumplan sus planes de salvación. Jonás, rebelde, no de palabra sino de hecho, a la voluntad de Dios respecto a la salvación universal, finalmente proclamará esa salvación: primero a los marineros, que temen a Dios, y que al arrojar a Jonás al abismo, se salvan de la muerte pues el mar se calma; y después a los Ninivitas, proclamando el mensaje de salvación de Dios, al que ellos hacen caso y salvan así su Vida.

Nos dice san Pablo: si la rebeldía de los judíos se convirtió en causa de salvación para el mundo, ¡Qué no será su conversión! Si la desobediencia del pueblo elegido simbolizado en Jonás, si su reticencia a abrir la salvación a todos, incluso a los enemigos fue causa de que esa salvación, conforme al Plan de Dios, llegara a Nínive en que se simboliza la persecución de los inocentes y la lejanía de Dios, cuánto más ha logrado el Señor Jesús, que, obediente a su Padre Dios, sale al encuentro del hombre pecador para proclamarnos la Buena Nueva del amor que Dios nos tiene.

Él fue arrojado al abismo de la muerte, y ahí permaneció tres días y tres noches, para luego resucitar como el Hombre Nuevo con quien estamos llamados a identificarnos todos sin distinción alguna. Así Él ha logrado para nosotros la salvación. Y Él nos pide que abramos los ojos para no condenar a nadie, pues así como nos ha amado quiere que nos amemos los unos a los otros; y así como Él dio su vida en rescate por todos, quiere que su Iglesia se esfuerce constantemente en salir al encuentro del hombre pecador para invitarlo a rectificar sus caminos.

Lc 10,25-37

El evangelio de hoy nos plantea la pregunta que busca todo hombre en su vida. ¿Qué se debe hacer para ganar la vida eterna? Al igual que hace XX siglos hoy continuamos preguntándonos lo mismo. Con esto, nos percatamos que no todo termina en esta vida. Esperamos y sobre todo buscamos aquella vida que nos hará eternos. ¿Cuántas películas y cuántos libros se han escrito sobre personajes que quisieran vivir para siempre? Porque en esta vida nos podremos esforzar por superar cualquier dificultad pero a la muerte, ¿quién sino Cristo la puede vencer? 

Si a algo temen los hombres en esta vida es precisamente a la muerte. Nos resistimos a morir y a que otros seres queridos mueran. Y es que la muerte es como un coche con velocidades en donde una vez que avanzamos ya no podemos volver a la vida. Imposible volver a vivir a no ser que venga la resurrección de los muertos.

Hoy Cristo nos muestra un camino que puede vencer a la muerte y que nos hará ganar la vida eterna: el amor. Imposible que el hombre pueda vivir sin amor. Estamos hechos para amar y el día que no amemos entonces ese día comenzaremos a morir. No permitamos que nuestro amor se convierta en un amor seco a nosotros mismos. Amemos a nuestro prójimo como Cristo nos amó, hasta el punto de dar su propia vida. Con este ejemplo de Jesús, ¿nosotros seremos capaces de pensar bien de los demás y de hacerlos felices con palabras y comentarios positivos?

Sábado de la XXVI Semana Ordinaria

Bar. 4, 5-12. 27-29.

Yo soy tu Dios y Padre, y no enemigo a la puerta de tu casa. Dios compasivo, misericordioso y siempre fiel para con nosotros, ¿quién podrá negar que su amor hacia nosotros no tiene fin? Es verdad que muchas veces permite que quedemos atrapados en las redes del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad como consecuencia de nuestras rebeldías en contra suya; sin embargo, Él siempre tiene puesta en nosotros su mirada amorosa; siempre está dispuesto a perdonarnos y a liberarnos de la mano de nuestros enemigos.

Por eso, no sólo lo hemos de invocar, sino que hemos de hacer volver hacia Él nuestro corazón humilde y arrepentido, para pedirle perdón, pues Él siempre está dispuesto a recibirnos nuevamente como a hijos suyos en su casa, dándonos así su salvación y llenando de alegría y de paz nuestra vida.

La Iglesia de Cristo ha de salir al encuentro de todos aquellos que se empeñaron en alejarse de Dios, para que, proclamándoles la Buena Nueva del amor que el Señor les sigue teniendo, lo busquen con mayor empeño y vuelvan a Él; entonces el Señor hará realidad su Reino entre nosotros, puesto que reconoceremos a un único Dios y Padre nos amaremos como hermanos unidos por un mismo Espíritu.

Lucas 10, 17-24

¡Qué alegría de los discípulos después de una jornada tan exitosa! Los demonios les temen, curan leprosos, hacen caminar a los paralíticos, dan la vista a los ciegos etc. Todo perfecto después de unos días de misiones.

Como tantos de nosotros que al final de la semana nos alegramos porque nos ha ido bien en los estudios, hicimos el bien a una persona, nos subieron el sueldo en nuestro trabajo, nos callamos cuando quisimos decir una palabra ofensiva a alguien, aumentaron las ventas de nuestros negocios y demás aspectos positivos que nos pudieron haber pasado.

Nos sentimos contentos, como los discípulos, porque las cosas salieron como nosotros queríamos. Sin embargo, Cristo nos dice que no debería ser éste el motivo principal de nuestra alegría. La satisfacción tan agradable y tan necesaria que experimentamos por haber hecho el bien en esta tierra nos debería llevar a pensar en los méritos que ganamos para el cielo. Este es el motivo principal por el cual deberíamos de estar contentos. Saber que hemos actuado de tal forma que nuestros nombres están escritos en el reino de los cielos.

Sabiendo los motivos de nuestra verdadera alegría es como si hubiésemos encontrado el tesoro que buscábamos en nuestra vida. Custodiemos este tesoro y no permitamos que los ladrones de la vanidad, avaricia, egoísmo nos lo arrebaten.

Viernes de la XXVI Semana Ordinaria

Bar 1,15-22

Una de las gracias que tenemos que pedir con insistencia es la humildad de reconocer, que a pesar de nuestros esfuerzos por ser mejores, aún estamos lejos de alcanzar la plenitud a la que Dios nos ha llamado.

Continuamos siendo débiles pecadores, frágiles ante las tentaciones, frecuentemente seducidos por las luces y la apariencia del mundo que nos lleva a cambiar al Dios verdadero por los nuevos ídolos (dinero, diversiones, placer, etc.).

La lectura de hoy nos recuerda que solo el que reconoce su debilidad puede pedir a Dios la fuerza para superarla; quien se siente perfecto vivirá siempre en la oscuridad de su pecado. Y esto no quiere decir que nos encontremos peor que cuando conocimos a Jesús, sino que nos hace darnos cuenta que aún nos falta mucho; que si ciertamente hemos superado muchas de nuestras debilidades, son todavía muchas más las que continúan estorbando en nuestro camino de santidad.

Revisa tu corazón y tu vida. Deja que la luz de Dios ilumine tu interior, y no permitas que el orgullo y la soberbia te impidan crecer en humildad y en gracia.

Lucas 10, 13-16.

¿Qué quiere decir Nuestro Señor con estas palabras tan duras? Corozaín y Betsaida eran ciudades judías que esperaban al Mesías. También tenían una característica: no creían en Cristo con fe viva. Cristo habla de la fe de la gente de la ciudad. Por eso este Evangelio se puede tomar también como una llamada a la fe, a creer en Cristo, que Él es el Mesías, que Él es Dios.

A nosotros nos pasa algo semejante cuando en vez de acudir a Cristo cuando vienen los problemas con el negocio, con la familia, con los amigos, etc. vamos a los vicios o a ver a otras personas, pero no a Cristo.

¿Por qué no encomendar primero a Cristo todas estas cosas antes de actuar? Veremos que después de haber pedido ayuda a Cristo en la oración con corazón humilde y con fe, salimos de la Iglesia más serenos y con el corazón más ligero y consolado.

Por eso las palabras tan fuertes de Cristo: “si en Tiro y Sidón (si a Fulano o Zutano) se les hubieran concedido los milagros que a ti se te han concedido tiempo ya que se hubieran convertido de sus defectos y malas costumbres”.

Si el hombre es honesto descubrirá en su vida el rastro amoroso de Dios. De este Dios que nos busca, que no se cansa de hacernos el bien, de un Dios que a pesar de nuestras infidelidades continúa manifestándose con amor. Jesús hoy reprocha a estas ciudades que no fueron capaces de descubrir todo lo que Dios había hecho por ellas; no fueron capaces de cambiar su vida ni aun viendo la obra de Dios en ella. No permitas que esto pase en tu vida…

Pidamos, pues a Cristo que nos conceda hoy la gracia de querer convertirnos a Él.

Jueves de la XXVI Semana Ordinaria

Mt 18, 1-5. 10

En la memoria de los santos ángeles custodios el Evangelio nos propone la actitud de los niños para acoger este misterio. Esta celebración nos remite a la certeza del amor de Dios que nos guarda y nos protege en nuestro día a día, a través de estos espíritus custodios y otras tantas mediaciones que muchas veces nuestros ojos no llegan a captar.

Los discípulos preguntan: ¿Quién es el mayor? Y Jesús les presenta a un niño. Como en otras ocasiones, parece que el Maestro se va por la tangente. Pero en realidad les da una respuesta clara: lo pequeño, lo sencillo, lo inocente, aquello que pasa más desapercibido y es muchas veces lo más despreciado, eso es lo que esconde frecuentemente lo más importante. Solo la sencillez y pobreza de corazón pueden acoger la grandeza y riqueza del misterio inabarcable.

«Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». La conversión es un hacerse como niños. Es reconocer que somos incapaces, que dependemos de Dios para todo. Es la actitud de quien se sabe importante a los ojos de su Padre y lo espera y recibe todo de él.  Es un dejar de creer que la Salvación está en nuestras fuerzas o en nuestros méritos. El niño es el que sabe acoger, sabe recibir, sin prejuicios ni desconfianzas. El adulto es el que todo lo sopesa y calcula en sus posibilidades, el que se lo gana a pulso y se siente merecedor.

Sólo con un corazón de niño se puede acoger la Buena Noticia que Jesús nos trae. Sólo con un corazón inocente y confiado se puede creer que el Padre nos ama incondicionalmente y pone a nuestro alcance los medios, las personas y también los ángeles que necesitamos para no perdernos en el camino. El niño no calcula si es razonable o proporcionado aquello que le promete su Padre, tan sólo cree y confía. Cree que es amado por Él y confía que, sólo por eso, no hay nada que temer.

¿Cómo es mi actitud de acogida de la gracia, del Amor de Dios y de sus dones? ¿Los recibo y disfruto con la exigencia del adulto o los acojo y agradezco con el corazón de un niño? ¿En los momentos de temor, ante las dificultades, me creo que Dios Padre me protege y me cuida, incluso por medio de sus ángeles, o, por el contrario, me siento abandonado por Él?

Miércoles de la XXVI Semana Ordinaria

Neh 2, 1-8

Nehemías ha sido informado por medio de Jananí de lo siguiente: El resto de los judíos que han quedado en su tierra se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas. Después de que Nehemías invoca al Señor, confiesa ante Él los pecados del pueblo, como si fueran suyos, pues se hace solidario del Pueblo al que pertenece; y entonces le recuerda a Dios el amor que siempre ha sentido por ellos, y le suplica que le conceda verse favorecido por el Rey de Babilonia: Artajerjes. Y Dios le concede lo que ha pedido, de tal forma que puede marchar hacia Jerusalén para reconstruir la ciudadela, y disponer de todo el material para llevar a cabo esa obra.

Dios, por medio de Jesús, su Hijo hecho hombre, nos ha concedido todo lo que necesitamos para que nuestra vida deje de estar en ruinas, dominada por la maldad, que ha abierto brechas en nosotros y nos ha dejado a merced del pecado. Por medio de Cristo, el Hijo Enviado por el Padre, nuestra vida ha sido restaurada, hemos sido perdonados, y, sobre todo, hemos sido elevados a la gran dignidad de ser hijos de Dios y templos de su Espíritu. Si en nuestro camino por la vida sentimos que las fuerzas para continuar avanzando en el bien se nos debilitan, no dudemos en acercarnos a Dios, nuestro Padre, para pedirle que nos fortalezca y nos llene de su Espíritu, pues Él, ciertamente, está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, nuestro Señor.

Lc 9,57-62

La mediocridad en la vida del hombre encuentra su motor en las excusas. El tibio, el mediocre siempre encuentran una buena excusa para no tomar en serio su responsabilidad.

Seguir a Jesús exige de parte del cristiano una respuesta decidida, que no admite regreso.

Excusas, ciertamente podríamos encontrar muchísimas, tanto o más validas que las que nos ha presentado el Evangelio. Sin embargo Jesús es claro: Las excusas serán solo excusas.

Esto aplicado a nuestra vida diaria se traduce en poca oración, poco interés en la Eucaristía del Domingo, falta de interés por la justicia y por nuestras obligaciones diarias… en una palabra, en ser un cristiano tibio.

¿No sería ya tiempo de dejar las excusas y ponernos a trabajar con seriedad en nuestra vida humana y cristiana?

Lunes de la XIX Semana Ordinaria

Mt 17, 22-27

Este breve pasaje nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las obligaciones puestas por el Estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseño a sus discípulos a realizarlo.

Y es que, aun viviendo en el Reino, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.

Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio no solo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.

No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.