Jn 16,12-15
Sin el Espíritu Santo no podemos entender. En la lectura del Evangelio de hoy, vemos que es justamente el Espíritu Santo el que nos hace entender la verdad o, usando las palabras de Jesús, es el Espíritu el que nos hace conocer la voz de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen».
La Iglesia sale adelante gracias a la obra del Espíritu Santo, que nos hace escuchar la voz del Señor. ¿Y cómo puedo estar seguro de que esa voz que escucho es la voz de Jesús, de que lo que escucho que debo hacer viene del Espíritu Santo? Hay que rezar.
Sin la oración no hay sitio para el Espíritu Santo. Hay que pedir a Dios que nos mande este don: «Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cualquier momento qué debemos hacer», que no es siempre lo mismo.
El mensaje es el mismo: la Iglesia sale adelante, la Iglesia sale adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo. Hay que discernirlas, y, para discernirlas, hay que rezar, pedir esta gracia.
San Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y entendió inmediatamente; Pedro vio y dijo: «Pero, ¿quién soy yo para negar aquí el Bautismo?».
Es el Espíritu Santo quien hace que no nos equivoquemos. «Pero, padre, ¿por ¿qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como siempre las hemos hecho, y así estamos más seguros».
El problema de hacer siempre lo mismo que hemos hecho, es una alternativa de muerte. Hay que arriesgarse con la oración, mucho, con la humildad, a aceptar lo que el Espíritu Santo nos pide que cambiemos. Esta es la vía.