Jueves de la Octava de Pascua

Lc 24, 35-48

Los apóstoles no acababan de creer lo que estaban viendo sus ojos. Era cierto que Jesús, mientras estuvo con ellos, les había dicho que iba a ser entregado a las autoridades, que le iban a condenar, que iba a padecer y morir clavado en una cruz, pero que al tercer día resucitaría. Habían vivido con él, casi todos desde lejos, su muerte ignominiosa e injusta. Y ahí se habían quedado más que desconcertados. Pero el evangelio de hoy nos relata cómo se presenta ante ellos resucitado. Era demasiado sublime para creérselo: “Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”. Y Jesús, con su paciencia habitual con ellos, trata de convencerlos de que es verdad, que ha resucitado. Les muestra sus heridas, les pide de comer… A partir de aquí, olvidándose del miedo, se vuelven testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Y a ello dedicarán es resto de sus vidas, sabiendo que es la mejor noticia que pueden ofrecer a toda la humanidad. “Vosotros sois testigos de esto”.

También a nosotros, los cristianos del siglo XXI, necesitamos que Jesús nos convenza de su resurrección y de nuestra resurrección, y que el único camino que nos lleva a ella es vivir como él vivió… para convertirnos en los testigos de la verdad de Jesús y de su buena noticia.