Viernes de la Octava de Pascua

Jn 21, 1-14

A veces nos empeñamos en ver las cosas desde una sola dimensión o perspectiva. Es cuando aparece alguien en nuestra vida, a quien le reconocemos cierta autoridad, quien nos muestra el camino más adecuado y certero para comprender y reconocer cada acontecimiento.

Pedro y otros discípulos deciden ir a pescar. Están toda la noche, pero no encuentran nada. Hay alguien quien les indica que echen las redes hacia el otro lado, y es cuando encuentran un banco de peces abundante.

La vida no consiste en repetir una y otra vez los gestos que nos van a dar beneficios. No siempre la reiteración de los actos nos conduce al éxito. Nos hace falta un cambio de rumbo, un cambio de sentido. Cambiar la perspectiva de nuestra vida nos ayuda a mirar más allá, en profundidad y con fe, la posibilidad de encontrar lo que buscamos. Sin embargo, ¿qué es exactamente lo que buscamos? ¿Buscamos a Dios? ¿Buscamos realizar nuestra misión en las manos de Dios?

Fue el cambio de perspectiva, el echar las redes hacia otro lugar, lo que convirtió la pesca de infructuosa en abundante. Todo por una palabra del resucitado. Si observamos el texto del Evangelio de hoy, es la comunidad de discípulos, no Pedro sólo los que están llevando la misión de pescar. Mientras pescan empeñados en sus propis fuerzas, no consiguen nada; es cuando centran la mirada y escuchan al resucitado, cuando su pesca es abundante.

Es el discípulo a quien Jesús tanto amaba quien reconoce el gesto, la palabra, el milagro. La presencia del amor en él le hace afirmar que “es el Señor”. Porque es precisamente en el amor donde se reconoce la vida.

En esta semana, acabando ya el octavario de la Pascua, encontramos que Jesús resucitado alienta nuestro caminar como creyentes, como una comunidad con una misión entre manos: la de vivir en unidad la alegría pascual, la de llevar la noticia de Cristo Resucitado, la de reconocer que es el Señor quien alienta nuestro trabajo.