Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Jon 3, 1-10

La lectura profética es escogida en relación con la lectura evangélica, que es la principal por ser la palabra y los hechos de la Palabra personal del Padre.  Una es a la otra como la aurora a la plenitud del sol, como la promesa al cumplimiento.

Todo el libro de Jonás es como una gran parábola, una narración ficticia, pero es palabra de Dios que enseña verdades muy reales.

Jonás es un profeta del pueblo escogido, enviado a predicar la conversión a la gran capital pagana.  Hace todo lo posible por no ir a su misión; acordémonos de la tempestad, del gran pez que lo traga y lo vomita a los tres días.

Nínive se convierte radical y colectivamente, y eso que son paganos.  Nunca el pueblo de Dios se convirtió así.

Pensemos en la reacción de Jonás; todos sabemos la narración.  «Jonás se disgustó mucho por esto y se enojó»; ¿recordamos al hermano mayor enojado por el perdón del padre al hijo pródigo?

Lc 11, 29-32

Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive con su predicación, es decir, con el anuncio del juicio y el llamado a la conversión.

Salomón, el paradigma de la sabiduría, atrajo de muy lejos a la reina de Sabá.

Jesús es un signo, como Jonás, pero mucho mayor que él: es la sabiduría misma de Dios, de la que Salomón tenía un destello; es la Palabra personal del Padre que ha venido a llamar a la conversión.

Para la comunidad primitiva, el signo de Jonás, que se realiza en Cristo, es, ante todo, su resurrección después de tres días en el sepulcro, como Jonás estuvo tres días en el vientre del monstruo.

¿Qué dirían los habitantes de Nínive y la reina de Sabá sobre nuestra reacción a la Palabra de Dios, sobre nuestra respuesta a los dones especiales de Dios a nosotros?

Abrámonos a su Palabra y con la fuerza de su Sacramento, respondámosles muy positivamente.