Martes de la VII Semana Ordinaria

Sant 4, 1-10

Ayer escuchábamos cómo Santiago oponía la verdadera sabiduría a la falsa y enumeraba las obras que son producto de una y otra.

Hoy continúan las enseñanzas morales.  Ahora se nos habla de otro aspecto, de la codicia, que es la raíz y el origen de muchísimos males.  El Evangelio lo dice: «No se puede servir a Dios y al dinero».

Se nos habla también de la codicia de los bienes naturales, que es origen de luchas, guerras y muerte, y esto puede comprobarse a lo largo de la historia, en todas las épocas y en todas las circunstancias, hasta nuestros días.

La codicia puede llegar a contaminar hasta la misma oración y el trato con Dios.

Santiago presenta luego la misma realidad negativa con un nombre muy usado por san Juan: el mundo.

Cuántas veces hay que mejorar y enderezar todo en el mundo, en nuestra propia comunidad y en nuestro corazón.

Mc 9, 30-37

Jesús en el evangelio hace su segundo anuncio de la pasión.

La pascua es desconcertante.  La gloria y la vida nueva y eterna se ven como algo muy atrayente, pero el camino del sufrimiento y de la muerte se ven como algo repugnante y que causa miedo.  La actitud de los discípulos es la misma que la que tenemos nosotros cuando nos enfrentamos al camino de la cruz: «No entendían estas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones».

En todos los hechos de la Pasión aparecen tres cosas: primero el anuncio propiamente, segundo la incomprensión de los discípulos, y tercero la enseñanza de Jesús acerca de cómo seguirlo.  Hoy, la enseñanza es sobre la humildad y el servicio.  Se trata de seguir al Señor que «no vino a ser servido sino a servir».

Luego viene la enseñanza acerca de buscar, acoger al Señor en la persona de todos los pequeños, pobres, discriminados, personificados en el «niño».

Oímos también que recibir al prójimo es recibir a Cristo, recibir a Cristo es recibir al Padre.