2 Tes 3, 6-10. 16-18
Hemos escuchado el final de la segunda carta a los cristianos de Tesalónica.
Tal vez por la falsa idea de que la inminente venida gloriosa del Señor marcaría el final de los tiempos, había en la comunidad de Tesalónica un buen número de cristianos que ya no trabajaban; el trabajo les parecía una actividad sin interés, y como «la ociosidad es la madre de todos los vicios»… Respecto a esto, Pablo dice: «Nos han llegado noticias de que entre ustedes hay algunos que van por ahí dando vueltas sin hacer nada y metiéndose en todo».
San Pablo hace notar que la esperanza cristiana no es sinónimo de evasión y él mismo se presenta como ejemplo vivo de esto. Con su trabajo el hombre debe ganar su vida, la de la tierra y la del cielo.
Mt 23, 27-32
Hoy hemos escuchado las dos últimas maldiciones de Jesús.
En las dos aparece el tema de los sepulcros. Los sepulcros eran blanqueados con cal para que se hicieran notables, con lo que se evitaba que se incurriera en la contaminación legal al tocarlos inadvertidamente.
La última amenaza que escuchamos tiene un sentido todavía más profundo: el contraste entre erigir monumentos bellos a los justos y profetas del pasado y el reconocimiento de que fueron sus padres los asesinos de los profetas, que los asesinaron por no soportar sus doctrinas y sus denuncias o, dicho de otra forma, sólo aceptaron a los profetas muertos.
Al decir: «terminen pues de hacer lo que sus padres comenzaron», Jesús alude a su muerte y a la de sus primeros testigos.