Jueves de la XXX Semana Ordinaria

Ef 6, 10-20

Hoy terminamos la carta de Pablo a los Efesios.  Pablo nos hace dos recomendaciones amplias; una es luchen,  la otra es oren.

1° La lucha contra el mal, contra «las fuerzas espirituales y sobrehumanas del mal, que dominan y gobiernan este mundo de tinieblas»,  sería una lucha terriblemente desigual que nos llevaría irremediablemente a una derrota si no tuviéramos la fuerza misma de Dios, Pablo representa a ésta última haciendo una enumeración alegórica de cada una de las partes de la armadura de un soldado de su época y termina con la «espada del Espíritu que es la Palabra de Dios».

Las recomendaciones de la oración son riquísimas.  La oración debe ser movida por el Espíritu, perseverante, universal y dirigida ante todo a buscar los valores espirituales.

En forma conmovedora Pablo añade una petición de oración por él que es un modelo de lo que tenemos que pedir para nosotros mismos.

Lc 13, 31-35

Las advertencias de los fariseos, ¿interesada?  ¿Sincera?, sobre las insidias de Herodes, provoca en Jesús un epíteto que en su tiempo sonaba más duro que hoy: «Vayan a decirle a ese zorro…».  Y amplía su afirmación presentando la visión del término y cumplimiento de su misión: Jerusalén es la ciudad mesiánica por excelencia donde Jesús terminará el camino de su misión evangelizadora, allí, como sacerdote sumo y eterno, consumará su sacrificio en el que El también será la víctima propiciatoria.  En la cruz, patíbulo de humillación y muerte, será levantado y reconocido como rey pacífico y universal.

Qué doloridas suenan las palabras de Jesús: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos, pero tú nos has querido!»

Mirando a Jerusalén hay una capilla conocida como  «Dominus flevit»  -el Señor lloró,  que conmemora el dolor de Jesús ante la destrucción de la ciudad, de su santuario y de su patria.  En la base del altar está representada esa imagen que hoy escuchamos, una gallina que ahueca sus alas para cobijar a sus hijitos.

Aceptemos al Señor y cobijémonos bajo sus alas.