Sábado de la II Semana de Adviento

Eclesiástico 48, 1-4.9-11.

El autor de la 1ª lectura de hoy, llamado Jesús ben Sirac, notable maestro en Jerusalén, y profundo creyente, no ve con buenos ojos que la cultura griega se vaya adueñando del pensamiento judío.

El pueblo judío posee la auténtica Sabiduría y no tiene que envidiar ninguna otra cultura.

Y si lo hace, perderá la conexión con Dios, autor de la verdadera Sabiduría.

Por eso acude a la figura del profeta Elías como símbolo del defensor de la religión de Yahvé. Con gran energía y palabra ardiente combatió la idolatría e impiedad de la sociedad de su tiempo.

El profeta Elías defendió el honor de Dios frente al culto de dioses extranjeros y condenó la infidelidad de los reyes de Israel. Fue un profeta de fuego, defendiendo la alianza del pueblo con el Señor.

San Mateo 17, 10-13

Este pasaje está ubicado cronológicamente tras la transfiguración. En ese momento, Jesús habla con sus discípulos sobre una de las personas que aparecieron en la visión del monte Tabor: Elías. Admite, como decían los maestros de la ley, que Elías tenía que venir antes del juicio pero advierte que eso ya ha sucedido sin que ellos se dieran cuenta. De este modo; invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está ante sus ojos.

El tiempo de la conversión, la curación de las relaciones humanas y de la relación con Dios ha llegado. Para que entiendas su urgencia, el Maestro identifica a Elías con Bautista. Este misterio se revela a los que, por su docilidad de fe están dispuestos a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse para el encuentro del que viene, de hecho, los discípulos lo entienden. Sin embargo, al poco caen en la terquedad y la incredulidad.

Como puntos capitales para nuestra vida destacan especialmente dos aspectos. Uno de ellos es mi relación con Dios, que me pide volver a Él. El otro es el de sanar mis relaciones con el prójimo. Debemos dejarnos interpelar por el Bautista que invita a una unir nuestra vida a la alianza con el Señor y a rechazar el pecado. Observemos qué obstáculos ponemos al camino de la palabra divina, a veces incómoda, pero que si nos dejamos impregnar por ella supera con mucho nuestras flaquezas. Por eso, siempre sale victoriosa.  Tenemos un Dios que nos da el don del perdón por medio de su Hijo. Sólo así sabremos reconocerlo.

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