Miércoles de la VII Semana Ordinaria

Ecles 4, 12-22

La Sabiduría se ha introducido en la creación y en la historia, y se comunica ella misma a los que se empeñan en buscarla.  Por eso el autor del Eclesiástico hace un elogio de los que se dedican a su estudio en las escuelas de los sabios.  El que ama la sabiduría ama la vida.  La fidelidad a la vida es lo que construye al hombre sabio.

El aprendizaje por medio de la búsqueda supone inquietud, angustia, sacrificio, y también tentaciones y errores.  La sabiduría integrada a la vida es una maestra dura, que no soporta ilusiones ni sentimentalismos.  Hay quien renuncia a la búsqueda y se desvía, derrotado y espantado por la misma vida, que en último término rechaza. 

Pero al que persevera con humildad, la sabiduría le revela sus secretos.  Al que no se deja enredar por sus propias mentiras y por el deseo de justificarse, sino que sabe aprender de sus propios errores, la sabiduría le saldrá al encuentro y lo llenará de paz.

Mc 9, 38-40

Un personaje predicaba en nombre de Jesús y los apóstoles se lo querían impedir. Jesús simplemente les dice que lo dejen actuar. ¿Qué había en aquella persona, de la cual no sabemos ni el nombre, ni la edad? No sabemos nada de él y, sin embargo, realizó actos buenos.

Era una persona sencilla común y corriente. Podemos comparar aquella persona con uno de nosotros. Un seglar convencido en difundir el reino de Cristo. Nosotros somos una pieza clave en la iglesia. Mas ahora en estos tiempos ser católico es luchar contra corriente, si lo queremos ser con autenticidad.

Tratamos de serlo en nuestro corazón pero también hay que serlo en el exterior compartiendo con los demás las riquezas de nuestra fe.

El Papa San Juan Pablo II dijo a los jóvenes: “No tengáis miedo”. El católico debe manifestarlo con obras. No callemos el grito interior que hay en nosotros con el silencio del que dirán. Creo que cada uno de nosotros queremos dar el fuego de nuestro interior a los demás. Queremos dar una llama que se extienda, que se disperse y llegue aquellos que no conocen a Cristo. Con nuestro leño encendido de amor a Cristo transmitido por medio de en una conversación tal vez ayudemos a que otros entren en conciencia o recapaciten y conozcan a Cristo.

Si logramos sacar una conclusión práctica y un consejo práctico será este. La fe se robustece dándola qué mejor gimnasio que en una conversación con un amigo.