Jueves de la XXV semana del tiempo ordinario

Lucas 9, 7-9

¿Quién es este hombre que congrega a las multitudes, este hombre que cura a los enfermos, este hombre que nos habla de un Reino nuevo y a quien el mar y el viento obedecen? ¿Es un reformador social? ¿Un nuevo profeta? ¿Un revolucionario? ¿O el hombre más genial de todos los tiempos?

¿Cuál era la actitud de Herodes frente a Jesús? El Evangelio de hoy, nos presenta la perplejidad de Herodes ante las noticias que le llegan de Jesús.

Si san Lucas nos ha presentado, desde el inicio de su evangelio, un Mesías que viene a liberar, a dar vista a los ciegos, a proclamar buena nueva, un buen parámetro, es lo que pudieran pensar las autoridades.

Las curaciones narradas en el capítulo anterior, la tempestad calmada, la curación del endemoniado, todo nos va presentando la figura de Jesús como el verdadero Mesías que viene a hacer presente el Reino de Dios.

Herodes, que representaría la ambición y las estructuras del Imperio Romano, parece ser signo de las fuerzas opositoras y de muerte.

San Lucas, que en un momento antes, nos presentó el envío de los doce, parecería manifestarnos las fuerzas a las que tendrá que oponerse. Herodes ha oído hablar de Jesús y se cuestiona en su interior quién será este nuevo líder del que hablan las multitudes. Reflejando las opiniones que le llegan, se inquieta al saber que podría ser un nuevo Juan el Bautista a quien él había mandado matar.

Siempre los de arriba están inquietos y preocupados cuando empieza a surgir nueva vida en el pueblo. Herodes quisiera conocer a Jesús, pero no parece que sea con un corazón dispuesto, sino previniendo los peligros que pudiera suscitar un agitador.

Jesús, ya ha asumido la misma misión que tenían los profetas: transmite la Palabra de Dios haciéndola resaltar en cada una de las curaciones y de sus milagros, y empieza a surgir muy fuerte la pregunta: ¿Quién es este Jesús?

Los cercanos creían conocerlo, pero Jesús les manifestará pronto que se han equivocado en su apreciación. Los lejanos y poderosos tienen curiosidad, pero más parecería miedo. ¿Y nosotros qué pensamos? ¿Quién es este Jesús? ¿Qué significa para nuestra vida?

Lo conocemos desde pequeños, pero quizás no nos hemos dado la oportunidad de tener un verdadero encuentro con Él, de constatar su pensamiento, de percibir sus ideales, de mirar su forma de enseñar.

No nos quedemos como Herodes que solamente, hasta la hora de la Pasión se volverá a encontrar con Jesús, si no que aprovechemos cada momento e invitémoslo a que también se haga presente en nuestras vidas, en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones.

Llevémonos hoy en nuestro corazón esta pregunta: ¿Quién es este Jesús? Es una pregunta que se puede hacer por curiosidad o se puede hacer por seguridad.

Miércoles de la XXV semana del tiempo ordinario

Lc 9,1-6

En el mundo consumista y tecnificado de nuestros días, buscamos que incluso la evangelización caiga bajo los mismos criterios.

Jesús envía a un camino. Un camino que, claro está, no es un simple paseo. Lo que hace Jesús, es un envío con un mensaje: anunciar el Evangelio, salir para llevar la salvación, el Evangelio de la salvación. Y esta es la tarea que Jesús da a sus discípulos.

Por ello, quien permanece paralizado y no sale, no da a los demás lo que ha recibido en el bautismo, no es un auténtico discípulo de Jesús. En efecto, le falta la misionariedad, le falta salir de sí mismo para llevar algo de bien a los demás.

Así, pues, hay un doble camino que Jesús quiere de sus discípulos. Esto contiene la primera palabra que pone de relieve el Evangelio de hoy: caminar, camino.

Está luego la segunda: servicio. Y está estrechamente relacionada con la primera. Es necesario caminar para servir a los demás. Nos dice el Evangelio: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Sanad a los enfermos, resucitad muertos, sanad leprosos, expulsad a los demonios”.  

Aquí está el deber del discípulo: servir. Un discípulo que no sirve a los demás no es cristiano.

Punto de referencia de cada discípulo debe ser lo que Jesús predicó en las dos columnas del cristianismo: las bienaventuranzas y, el servicio.

Este debe ser el marco del servicio evangélico. No hay escapatorias. Si un discípulo no camina para servir, no sirve para caminar. Si su vida no es para el servicio, no sirve para vivir como cristiano.

Precisamente en este aspecto se encuentra, en muchos, la tentación del egoísmo. Está quien dice: “Sí, soy cristiano, estoy en paz, me confieso, voy a misa, cumplo los mandamientos”. Pero, ¿dónde está el servicio a los demás? ¿Dónde está el servicio a Jesús en el enfermo, en el preso, en el hambriento, en el desnudo?

Y precisamente esto es lo que Jesús nos dijo que debemos hacer porque Él está allí. He aquí, la segunda palabra clave: el servicio a Cristo en los demás.

Existe una relación también con la tercera palabra de este pasaje, que es gratuidad. Caminar, en el servicio, en la gratuidad… Una cuestión fundamental que empuja al Señor a aclararla bien por si los discípulos no hubiesen entendido. Él les explica: “No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno”.

Como diciendo que el camino del servicio es gratuito porque nosotros hemos recibido la salvación gratuitamente. Ninguno de nosotros ha comprado la salvación, ninguno de nosotros la ha merecido, la tenemos por pura gracia del Padre en Jesucristo, en el sacrificio de Jesucristo.

Esfuérzate en hacer bien lo que de acuerdo a tu vocación y estado te corresponde, anuncia con tu vida y con tu ejemplo el Evangelio y deja que Dios provea todas tus necesidades.

Martes de la XXV semana del tiempo ordinario

Lc 8, 19-21 

Este pasaje, en algunas ocasiones se ha utilizado para desacreditar la figura de María Santísima, haciendo aparecer la respuesta de Jesús como un rechazo a su Santísima Madre. Nada más lejos de la realidad. Para Lucas, María es el modelo perfecto del discípulo.

Jesús aprovecha la llegada de su madre para hacer toda una catequesis sobre lo que para Él es verdaderamente importante: hacer la voluntad de Dios. Ciertamente María es grande a los ojos de Dios por ser la madre de Jesús, su Hijo único, pero es aún más grande porque ella: «escucha la palabra de Dios y la pone en práctica».

Estas son las dos condiciones para seguir a Jesús: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Esta es la vida cristiana.

Tal vez nosotros la hayamos hecho un poco difícil, con tantas explicaciones que nadie entiende, pero la vida cristiana es así: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

He aquí porqué Jesús contesta a quien le refería que sus parientes lo estaban buscando: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».

Y para escuchar la Palabra de Dios, la Palabra de Jesús basta abrir la Biblia, el Evangelio.

Pero estas páginas no deben ser leídas, sino escuchadas. «Escuchar la Palabra de Dios es leer eso y decir: « ¿Pero qué me dice a mí esto, a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios a mí, con esta palabra?»». Y nuestra vida cambia.

Cada vez que nosotros hacemos esto, abrimos el Evangelio, leemos un pasaje y nos preguntamos: «Con esto Dios me habla, ¿me dice algo a mí? Y si dice algo, ¿qué cosa me dice?» esto es escuchar la Palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón.

Los enemigos de Jesús escuchaban la Palabra de Jesús, pero estaban cerca de Él para tratar de encontrar una equivocación, para hacerlo patinar, y para que perdiera autoridad. Pero jamás se preguntaban: «¿Qué cosa me dice Dios a mí en esta Palabra?».

Y Dios no habla sólo a todos; sí, habla a todos, pero habla a cada uno de nosotros. El Evangelio ha sido escrito para cada uno de nosotros.

Ciertamente, poner después en práctica lo que se ha escuchado no es fácil, porque es más fácil vivir tranquilamente sin preocuparse de las exigencias de la Palabra de Dios. Pistas concretas para hacerlo son los Mandamientos, las Bienaventuranzas.

Contando siempre con la ayuda de Jesús, incluso cuando nuestro corazón escucha y hace de cuenta que no comprende. Él es misericordioso y perdona a todos, espera a todos, porque es paciente.

Viernes de la XXIV semana del tiempo ordinario

Lc 8, 1-3 

San Lucas, además de ser el Evangelio de la misericordia entre los pobres, podríamos decir que es también el Evangelio de la mujer y su misión importante junto a Jesús. Es quien más destaca el papel de María desde los primeros años de Jesús y quien mira con más respeto y atención a cada una de las mujeres que se acercan a Jesús. 

Los rabinos excluían a las mujeres de su círculo inmediato. Para la oración pública se necesitaba un mínimo de diez personas, pero éstas deberían ser varones, la mujer no contaba.

Como en un breve resumen, el pasaje de este día pretende manifestarnos este papel tan importante que tuvieron las mujeres en la vida del Salvador.

San Lucas, nos refiere con sencillez el acompañamiento que daban a Jesús y a sus discípulos algunas mujeres. No las deja en el anonimato, al igual que a los apóstoles, son mujeres que han sentido en su presencia la atracción transformadora de Jesús. Han dejado a un lado sus vidas pasadas y ahora están entregadas plenamente a la construcción del Reino.

Para aquellos tiempos debió parecer absurdo que un Maestro se hiciera acompañar de mujeres como si fueran discípulos que recibían enseñanza. Para Jesús, la mujer tiene el derecho de recibir el Evangelio, y después será también la primera que asuma la misión de ser testigo de la resurrección y que lleva la Buena Nueva.

El Reino de Jesús supera las barreras de los títulos y de los sexos, todos son de igual dignidad ante Dios, y todos tienen la misma misión de construirlo en nuestro tiempo y en nuestro lugar.

Por los caminos de Galilea no va Jesús solo, sino se hace acompañar por mujeres que se han liberado de sus cadenas y que ahora sostienen a Jesús con su cariño y con sus bienes.

Nuestro mundo, de tantos libertinajes, de tantas exigencias de respeto a los derechos de los demás, se ha quedado corto en el respeto y la participación de la mujer en todos los espacios. Aún quienes se definen como feministas han creado nuevas barreras que no expresan realmente la dignidad de la mujer y que la someten a nuevas esclavitudes.

La actitud que nos presenta el Evangelio tendría que hacernos pensar nuevamente estos roles que se han asignado a la mujer. Hombre y mujer físicamente somos diferentes, pero somos iguales en su valor, en su dignidad y en sus derechos.

En la Iglesia, en el trabajo, en la sociedad tendremos que ir dando nuevos espacios, sin luchas ni competencias inútiles, sino buscando construir, al estilo de Jesús, esta nueva comunidad.

Que hoy, cada mujer se sienta comprendida, amada, respetada y nunca utilizada. Que hoy, cada mujer se sienta con una misión especial que le confiere Jesús.

Jueves de la XXIV semana del tiempo ordinario

Lucas 7, 36-50

Cada hombre vale lo que puede valer su amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar todo el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.

Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar.

¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas, como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no hay apartados. Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.

Miércoles de la XXIV semana del tiempo ordinario

Lucas 7, 31-35

Jesús compara a los indecisos con unos chiquillos que han perdido la capacidad de reaccionar ante las invitaciones de sus amigos, pues ni bailan ni lloran. Es como cuando vemos el noticiero y, después de una noticia trágica, pasamos a la información deportiva como si nada. Nos conmovimos unos segundos y luego nos olvidamos.

Si la comparación que hace Jesús, de aquella generación, fuera sólo con los niños, tendrían alguna disculpa a causa de su inocencia o de su sencillez. Pero esa comparación llega con demasiada frecuencia a ser posible entre nosotros que nos decimos adultos y maduros. Nunca estamos conformes con lo que tenemos. Ni con nuestro cuerpo, ni con el clima, ni con la situación. Si somos gordos preferiríamos estar delgados, sí muy altos nos sentimos ridículos, si somos bajitos manifestamos nuestros complejos, si hace calor ya estamos protestando. Pero si el frío nos hace tiritar, vienen nuestras quejas.

¿Por qué no estamos conformes con lo que tenemos? Y no es que Jesús nos proponga una actitud conformista o apática, no. Su queja va contra aquellos que todo critican y nada hacen. ¿Algo que ver con nosotros?

¿Vería Jesús a alguna de nuestras familias, o de nuestras comunidades?

Hay algunos que nos dedicamos a encontrar el pelo en la sopa de todas las cosas. No hay algo que nos parezca bien, a todo le encontramos un pero. Y Jesús nos propone una actitud más positiva y sana: Dar a cada momento y a cada lugar su valor. O como decía alguien en nuestros términos:» encontrarle el lado positivo a la vida»

Así, aquella generación, tendría que haber descubierto la justicia y la conversión predicada por Juan el Bautista; y la misericordia y la bondad encarnadas en Jesús que se acerca a los pecadores.

Hoy, también, que para muchos es también tiempo de crisis, tendremos que encontrar los valores de estos tiempos y el regalo que nos hace Dios para vivir en estos momentos, con sus retos, es cierto, pero también con sus grandes logros y esperanzas.

La familia ha cambiado, es cierto, pero nos da la oportunidad de ser más francos y sinceros; de buscar nuevos caminos y de hacernos conjuntamente más responsable.

La Iglesia ya no es igual, se le descubren muchos fallos, es verdad, pero nos exige un compromiso mayor y una fe más madura y no vivir solamente como la mayoría.

Algunos ponen en duda la posibilidad de vivir como nos lo pide Jesús y dudan de la construcción de su reino. Pero podemos manifestarnos más vivamente como sus discípulos. Si dejamos de quejarnos, si dejamos de criticar y nos dedicamos a buscar la verdad, construir la justicia, a seguir a Jesús, seguramente encontraremos aquí y ahora la verdadera felicidad.

Martes de la XXIV semana del tiempo ordinario

Lc 7,11-17

Una de las características del evangelio de San Lucas es el hecho de que nos presenta la gran misericordia de Jesús para con todos, especialmente para con los que sufren, por ello es llamado el «evangelio de la misericordia».

Al escuchar este evangelio, se me hace imposible no traer a nuestra mente, la cantidad tan grande de viudos y viudas, padres y madres, que en medio de esta violencia inútil, han perdido a un ser querido.

Sí la muerte de por sí, ya trae consigo una carga de duelo e incomprensión, la muerte violenta, muchas veces como daño colateral, o como víctima inocente, nos produce un sentimiento de impotencia, de indignación que nos aturde y nos deja sin fuerzas para continuar viviendo.

¿En dónde está Jesús en esos momentos? Ciertamente, está al lado de las víctimas, camina junto al féretro acompañando a la viuda, se une a las lágrimas del dolor de los pequeños, y asume como propios los sentimientos del pobre.

Lo imagino caminando junto a cada familiar, junto a cada hermano o hermana que han quedado solos. Para Jesús no hay víctimas desconocidas, ni se pierden en el anonimato. A cada persona que sufre, aunque no cuente para las cifras oficiales, o no tenga eco en las noticias, Jesús lo acompaña en su dolor y lo asume como Cruz propia.

Quisiera que hoy escucháramos todos esas palabras que nos pueden consolar: » el Señor la vio, se acercó a ella y le dijo no llores». El Señor no es sordo ni indiferente a todos nuestros sufrimientos. En estos mismos momentos nos mira, se acerca a nosotros y quiere consolarnos.

Es cierto, que nosotros, quisiéramos escuchar las mismas palabras que le dice al joven suicida cuando se acerca al ataúd: » joven, yo te lo mando: Levántate».

Yo siento que hoy también nos está diciendo que nos levantemos, que no podemos vivir postrados por el miedo, por la indiferencia o por la apatía frente a las situaciones tan tensas. En estos momentos debemos sentir la cercanía de Jesús y saber que también como a nosotros se le parte el corazón.

Hagamos nuestra la oración al Padre y hagamos también nuestro su gesto de cercanía y compromiso.

El salmo responsorial de este día se hace eco de nuestras necesidades: «Danos Señor tu bondad y tu justicia», en un grito que elevamos con fe, pero también es el compromiso, como dice el mismo Salmo, de proceder con recta conciencia, de no ocuparse de asuntos indignos y de aborrecer las acciones criminales. Debemos y podemos levantarnos. Jesús mismo nos lo dicen igual que al joven. Nos levantaremos con oración, con justicia, con rectitud y con trabajo.

Viernes de la XXIII semana del tiempo ordinario

1Tim 1, 1-2. 12-14; Lc 6, 39-42 

La mayoría de nuestras escuelas, las calles y caminos se ven llenos de jóvenes y niños que se encaminan a los centros de estudios. ¿Qué irán a aprender? ¿Cómo es la educación que se les está dando?  

Las lecturas de este día nos hacen reflexionar y me parece que nos ayudan a poner los cimientos que tenemos que tener en cuenta en toda educación. San Pablo, al escribir una carta a Timoteo, lo llama “mi verdadero hijo en la fe”. Es decir que le ha transmitido todo lo que él está viviendo a tal grado que considera haberle dado vida. Sería la primera condición para educar: dar vida. Y la vida se da con el amor, con el ejemplo, con el acompañamiento y la cercanía.  

Las escuelas en general sólo podrán proporcionar conocimientos, pero no van enseñando actitudes. Pocos maestros, que son dignos de todo nuestro reconocimiento, se acercan a los alumnos para enseñarles el camino de la vida e infundirles valores.  

San Pablo le transmite a Timoteo su experiencia de Dios, cómo lo ha descubierto y cómo lo sigue sintiendo en su vida. Le comparte su pasión por llevar el evangelio a otras regiones y su agradecimiento por haber sido elegido servidor del Señor, él que era perseguidor y blasfemo. En una palabra le trasmite vida, lo que tiene en su corazón. Es la tarea de los papás, de los maestros y de todos los educadores. Es cierto que debemos transmitir conocimientos, pero sobre todo debemos enseñar actitudes y mirar el interior de los niños y de los jóvenes.  

En el evangelio Cristo critica la forma de enseñar de algunos maestros que quieren guiar cuando ellos mismos están ciegos y no conocen el camino. “Saca primero la viga que llevas en el ojo” recomienda. Es cierto, se enseña más con el ejemplo, con la entrega, con el amor, que con los regaños, los insultos y las agresiones.  

Hoy es importante que reflexionemos cómo es la educación y qué estamos haciendo para educar cristianamente. Lo importante es educar en los valores, en la verdad y en el amor.

Martes de la XXIII semana del tiempo ordinario

Lc 6, 12-19

Hoy proclamamos en la respuesta del salmo una frase que me llena de una paz y una seguridad grande: “El Señor es bueno con todos”.

Para muchos de nosotros la experiencia de Dios es como de un ser lejano, como alguien todopoderoso pero ausente, o como de un juez que está atento a las equivocaciones y errores de los hombres para castigarlos. Pero hoy el salmo nos invita reflexionar en esta amistad de Dios que hace nacer una especie de complicidad, de intimidad entre Dios y el hombre, que los acerca, los une en alianza y los hace partícipes en un plan de salvación.

Es hermoso pensar en nuestro día, caminando y viviendo en una estrecha amistad con Dios y reconocer, como dice San Pablo, que “Dios nos dio una nueva vida con Cristo” por pura misericordia suya.

En el pasaje de San Lucas, es Dios quien quiere hacerse cercano en la persona de su Hijo Jesús, que toma rostro humano para participar de la suerte de los hombres, que se hace uno de nosotros, comienza su historia y su camino, pero no solo sino participando con “otros”, con amigos, con discípulos y con apóstoles muy cercanos. Ahí están los nombres de los escogidos. Son todos personas comunes y corrientes, con sus trabajos sencillos, con sus familias y preocupaciones, con sus ilusiones y sus dudas, pero invitados a participar de cerca con el Señor.

Jesús no busca esclavos o siervos que no sepan lo que hace su Señor, Jesús busca amigos que compartan con Él la amistad y la aventura de proponer una nueva vida en el Reino de Dios. Para esto se necesita tener de verdad la amistad y la confianza del amigo.

Al igual que en aquel tiempo, ahora también nos llama e invita Jesús a participar de esta gran aventura, pero antes nos anima a crecer en la amistad que nos fortalezca ante el duro trabajo que se avecina. Quiere compartirnos su corazón y su vida, y que también nosotros pongamos en sus manos toda nuestra vida, con sus fracasos y sus éxitos, para que nazca esta amistad entre nosotros.

Acerquémonos a Jesús, participemos de todas sus actividades, escuchemos sus palabras y sintámonos orgullosos de poder ser llamados “sus amigos”

¿Qué te hace sentir el saberte amigo de Jesús?

Lunes de la XXIII semana del tiempo ordinario

 

Col 1, 24-2,3; San Lucas: 6, 6-11

Aunque generalmente nuestra respuesta al saludo de: “¿cómo estás?”, sea: “estoy muy bien”, con frecuencia, en seguida empezamos a enumerar una serie de enfermedades, problemas que parecen oscurecer nuestra felicidad.                                              Las palabras que hoy nos dice San Pablo en su carta a los Colosenses me llaman la atención en este sentido. Dice: “Ahora me alegro de sufrir por vosotros, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo que es la Iglesia”. ¿Verdad que parecería una contradicción que afirme que se alegra y que sufre? Como que en nuestra forma de pensar no puede haber alegría y felicidad junto con el sufrimiento. Y así cuando llega algún contratiempo o dificultad, nos sentimos abrumados, tristes y con frecuencia hasta enojados y agresivos. No somos capaces de reflexionar dónde está el problema y acabamos agrediendo a todos. Si nos falta dinero, peleamos con la esposa, con el esposo, con los hijos o con los padres, siendo que muchas veces ellos no tienen culpa, es más están padeciendo lo mismo que nosotros.                                  Así que lo primero es descubrir bien dónde está el problema. Lo segundo es que no nos haga perder la paz interior. A veces por cosas materiales o externas perdemos la paz interior, y nos alejamos de los amigos y de las personas que nos quieren; o las alejamos con nuestro humor. Pero San Pablo da un paso más: nos enseña que su sufrimiento completa lo que falta a la Pasión de Cristo. No porque la Pasión sea incompleta, sino porque Cristo nos permite como miembros suyos, ser también participes de su misión corredentora. Así pues, hoy miremos las cosas que nos lastiman. Veamos sus causas y si es posible, cómo poderlas solucionar. Démosles su verdadero lugar y no dejemos que se salgan de ese sitio, que no estropeen las relaciones con los hermanos o familiares. Miremos lo que nos une, y, sobre todo, nuestro dolor y sufrimiento unámoslo a la Cruz de Jesús.                                                           Y ¿Cómo sufre Cristo? ¿Cómo podemos sufrir nosotros? En el pasaje de San Lucas el mismo Jesús nos muestra cómo quiere que todos tengamos vida, superando las rígidas leyes y estructuras porque lo más importante es la vida. No quiere el sufrimiento, pero lo asume y lo hace salvador. Sea igual nuestra actitud.