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Ecles 2, 1-13
El maestro instruye a su discípulo –y ahora a nosotros – y lo llama “hijo mío”. El maestro habla desde una experiencia humana vivida en la fe en el Señor. Nosotros iremos leyendo cada una de las enseñanzas a la luz de Cristo, que en su Misterio Pascual lleva a culminación todo lo que era anuncio e imagen.
Las penas y dolores forman parte de la vida, pero el que tiene fe no los mira en una forma fatalista sino providencial. Dios está allí.
Sabemos que las palabras “teme al Señor” de ninguna manera implica un miedo, pánico, que amargue, aplaste y haga temblar, sino más bien la admiración y el reconocimiento de la grandeza suprema de Dios y el acatamiento de sus mandatos. Es, como decía el texto de hoy, esperar en la misericordia del Señor, estar junto a Él, esperar sus beneficios, “su misericordia y la felicidad eterna”.
Es la mirada experimentada de las actuaciones de Dios la que permite llegar a la conclusión de que: “El Señor es clemente y misericordioso”.
Mc 9, 30-37
Después de escuchar las palabras del maestro, hay asombro en los discípulos, hasta miedo y confusión, como dice el evangelio. Pero ellos no entendieron lo que les dijo y tuvieron miedo de preguntarle. ¿Miedo de qué? ¿De Cristo? No seguramente. Cómo temer al maestro, al amigo, al cual hasta los niños inspiraba confianza y cercanía.
No era Jesús temido, sino las palabras que había pronunciado en el camino. Esas palabras que causaron revuelo en su corazón y no las entendieron o no quisieron indagar más por miedo a la verdad. Esa verdad es la de la Cruz. “Locura para los gentiles, escándalo para los judíos”.
El Mesías tenía que padecer y sufrir a manos de los hombres y resucitar al tercer día. Con ello vendría también la cruz para los discípulos, la persecución, el derramamiento de sangre.
También Pedro tuvo miedo, cuando en Cesarea de Filipo tras afirmar la divinidad de Cristo, le persuade de no ir a Jerusalén donde morirá. El dolor es un hecho humano que toca a todo hombre, nos causa miedo. Pero si Cristo no hubiese padecido antes por nosotros el dolor, la cruz, no tendría sentido.
Gracias Señor por dar tu vida por mí, tu muerte me da vida, tu Cruz es mi resurrección a la gracia. Gracia perdida en otro árbol del paraíso lejano, y esta gracia del árbol de la cruz me abre las puertas del paraíso.