Lunes de la VI Semana Ordinaria

Gen 4, 1-15. 25

En la raíz del pecado se encuentra siempre el egoísmo. Este pasaje busca enseñarnos y recordarnos lo que ya Dios les había dicho a Adán y Eva y que luego san Pablo repetirá: «El salario del pecado es la muerte». Y es que en lo más profundo de nuestro ser se anida este sentimiento, que si no somos capaces de «dominarlo» con la ayuda de la gracia, nos lleva a cometer las acciones más nefastas. El egoísmo, dejado actuar a su arbitrio, nos ciega y desborda todas nuestras pasiones: el odio, la envidia, la lujuria, etc.

Desafortunadamente, la falta de gracias en muchos de nuestros cristianos, hace que se continúe en la búsqueda del poder, del placer y del tener, siendo que para conseguirlos, al igual que Caín, siempre deberán pisotear, herir y humillar a sus hermanos. El pecado hace que se pierda la identidad de «familia» de Dios. Cuando el egoísmo se apodera del hombre, no existe nadie más que uno mismo. Luchemos contra este terrible enemigo que vive en nuestro corazón, siendo generosos y viviendo en gracia.

Mc 8, 11-13

Este pasaje del evangelio nos delinea la actitud de los fariseos ante el mensaje de Jesús y quizás de muchos hombres de nuestro tiempo: piden una señal para creer.

¿Sabes por qué Jesús no le dio la señal que le pedían? Primero, porque conocía lo que había en sus corazones: “querían ponerlo a prueba”; y segundo porque sabía que aunque obrase una “señal” no creerían en Él.

¡Cuántos milagros ya había hecho: curaciones, multiplicación de panes, caminar sobre las aguas…! Y encima, pedían una señal del cielo. Eran tardos de corazón, su soberbia les cegaba, la vanidad les entorpecía y el egoísmo les estorbaba para reconocer en Él al Mesías, al Hijo de Dios. Jesús tenía como señal la cruz y la fuerza del amor. ¡Pobres hombres! El momento de gracia se les fue cuando Jesús se fue a la orilla opuesta… Posiblemente, desde entonces, su corazón quedó insatisfecho, marchito… ¡Sólo por no creer en Jesús con una fe viva y sencilla! ¡Dichosos los que creen sin haber visto! Esto era lo que más le dolía a Cristo. Venía a los suyos y no le recibían.

Tal vez hoy, muchos hombres piden “señales” a Dios para creer. Pero Dios tiene sus caminos. La cruz de Cristo sigue pesando en los hombros de todos los hombres y en particular en los de todos los cristianos. Unos la abrazan con fe y amor y son felices; otros quieren un Cristo sin cruz, hecho a la medida de sus comodidades y placeres, le gritan que si baja de la cruz creerán… Pero no existe ese Cristo. No creen en Jesús… Ojalá que cuando llegues al cielo, Cristo te diga: ¡Dichoso tú que has creído!