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Gn 3, 9-24
Con muchas imágenes de detalles psicológicos, el Génesis nos sigue presentando el origen del mal y sus consecuencias.
Se ha hecho notar que el orden del juicio va en sentido inverso al orden de la tentación: la serpiente indujo a Eva y ella a Adán; Dios juzga primero al hombre, luego a la mujer, y por último a la serpiente.
Adán acusa a Eva y, de paso, a Dios, diciendo: “La mujer que me diste…” La mujer, a su vez, acusa a la serpiente. Es muy normal el no aceptar nuestra responsabilidad por haber fallado, desde el infantil: “Yo no fui”
La serpiente recibe la condenación de la derrota definitiva. A la mujer y al hombre se les aplica su castigo mostrándoles la forma dolorosa, fatigante, opresora en ocasiones, de las realidades naturales. Y por último, toda la condenación está sintetizada en la expulsión del jardín del Edén.
El pecado es siempre separación, desgarramiento, destrucción de la armonía y el equilibrio entre Dios y el hombre, entre el hombre y la naturaleza y del hombre consigo mismo. Sin embargo, la misericordia salvífica de Dios prevalecerá y podremos cantar: “Oh, feliz culpa”
Mc 8, 1-10
El evangelio nos presenta dos multiplicaciones de los panes. La primera en territorio judío y para judíos; la segunda en territorio pagano y para gente que no es del pueblo de Dios.
Esta gente viene “de lejos”; “llevan tres días conmigo”, dice el Señor.
Los gestos son los mismos: tomar los panes, pronunciar la acción de gracias, partir y repartir. Son las mismas acciones de Cristo en la última Cena, que seguimos reproduciendo en cada Eucaristía siguiendo el mandato: “Hagan esto…”
En la primera multiplicación prevalecía el número 12, es la “multiplicación para los judíos” y hace referencia a las doce tribus, a los doce apóstoles. Hoy prevalece el número 7, siete son los panes, siete los canastos de sobras, como siete serán también los primeros ministros dedicados a los cristianos de origen griego. Es la “multiplicación para los griegos”. Siete además es la plenitud, la perfección.