Jueves de la XXIX Semana Ordinaria

Rom. 6, 19-23.

Quien acepta a Jesucristo como Señor en su vida recibe como un don gratuito la Vida eterna. Si en verdad hemos aceptado que el Señor nos libere de nuestra esclavitud al pecado, no podemos continuar siendo esclavos de la maldad.

Quien continúe sujetando su vida al pecado, por su servicio a él recibirá como pago la muerte; ese pago llegará a esa persona en una diversidad de manifestaciones de muerte ya desde esta vida.

Quienes dicen creer en Cristo y son causantes de guerras fratricidas o las apoyan en otros; quienes destruyen nuestra sociedad con acciones criminosas; quienes envenenan a los demás para enriquecerse ilícitamente a costa de enviciarlos y destruirles la vida, no pueden hablar realmente de que han hecho suya la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

Cristo nos quiere libres del pecado; nos quiere consagrados a Él para que, como resultado de eso, al final tengamos la vida eterna. Esto no será obra nuestra, sino la obra final de Dios en nosotros. Por eso estemos atentos a las inspiraciones de su Espíritu en nosotros y dejémonos conducir por Él.

 

Lc 12,49-53

Este pasaje podría prestarse a una interpretación equivocada por lo que hay que tomarlo dentro del contexto en que Jesús lo dice.

Jesús en todo este capítulo está hablando de la necesidad de ser fieles al Evangelio, de estar preparados. Esta fidelidad al evangelio nos pude llevar incluso a encontrarnos con problemas aun dentro de nuestra propia familia.

Dado que el Reino es una invitación que se hace de manera personal, cada uno, aun los de nuestra propia familia, pueden, si no rechazarla, si al menos no tomarla tan en serio como el mismo Evangelio nos lo demanda. Esto causará división, pues no siempre los criterios del mundo van de acuerdo a los del Evangelio.

Cuando el fuego del amor de Dios arde en el corazón del cristiano, la vida no siempre se ve cómo la ve el resto del mundo. Esto no quiere decir que el cristiano será el causante de la división sino el mismo Evangelio que se opone al egoísmo, a la mentira, a la injusticia.

Si llegas a vivir una situación así en tu casa, en medio de esta tormenta recuerda las palabras de san Pablo: «Cree tú y creerán los de tu casa»

Jueves de la XXIX Semana Ordinaria

Lc 12, 49-53

“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?

Continúan sus palabras un tanto desconcertantes “Con un bautismo tengo que ser bautizado” ¿está refiriéndose al camino de dolor que le ha de llevar hasta el Calvario? Jesús ha de sumergirse en las aguas profundas del sufrimiento que le llevarán hasta la cruz, testimonio último de su fidelidad al Padre y de amor a la humanidad. En este sentido Jesús nos estaría descubriendo los sentimientos de su propio corazón.

¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?

¿Está apuntando a una realidad que se vivió en torno a la figura de Jesús y su mensaje? División, enfrentamientos. No una división buscada pero sí consecuencia de su vida y su Mensaje. También refleja este texto la experiencia de las primeras comunidades cristianas que sufrieron divisiones en sus propias familias a causa de Jesús. Y recorriendo la geografía mundial, hoy también ¡cuánto sufrimiento y persecución a causa del nombre de Jesús!

La paz que Él nos propone no es una paz fácil y tranquila, sino fruto de la vivencia de unos valores que entran muy a menudo en conflicto incluso con nosotros mismos.

Si estas palabras duras, a veces desconcertantes, las referimos a nuestra propia historia personal, nuestras relaciones sociales, comunitarias, eclesiales…Sabemos que mantener la coherencia con nuestra fe, en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestra profesión, mantenernos fieles a los valores del evangelio, perdón, solidaridad, justicia… ¿no ha sido con frecuencia causa de división, de lucha con nosotros mismos o con nuestro entorno?

Porque el mensaje de Jesús nos saca de nuestras posiciones fáciles, de nuestras prácticas a veces rutinarias, de nuestra pasividad y conformismo frente a nuestro entorno.

Vamos a acabar esta reflexión sintiéndonos destinatarios de la oración que el Apóstol Pablo dirige al Padre de Nuestro Señor Jesucristo” consciente de la gratuidad del Don de Dios, este Don es el que pide para los creyentes, para nosotros/as:

Que seamos fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu.

Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones.

Que seamos capaces de conocer el amor de Dios que excede a todo conocimiento.

Señor, que sepa acoger el don de tu Gracia para comprender y vivir tu Palabra.