1Tim 1, 1-2. 12-14; Lc 6, 39-42
La mayoría de nuestras escuelas, las calles y caminos se ven llenos de jóvenes y niños que se encaminan a los centros de estudios. ¿Qué irán a aprender? ¿Cómo es la educación que se les está dando?
Las lecturas de este día nos hacen reflexionar y me parece que nos ayudan a poner los cimientos que tenemos que tener en cuenta en toda educación. San Pablo, al escribir una carta a Timoteo, lo llama “mi verdadero hijo en la fe”. Es decir que le ha transmitido todo lo que él está viviendo a tal grado que considera haberle dado vida. Sería la primera condición para educar: dar vida. Y la vida se da con el amor, con el ejemplo, con el acompañamiento y la cercanía.
Las escuelas en general sólo podrán proporcionar conocimientos, pero no van enseñando actitudes. Pocos maestros, que son dignos de todo nuestro reconocimiento, se acercan a los alumnos para enseñarles el camino de la vida e infundirles valores.
San Pablo le transmite a Timoteo su experiencia de Dios, cómo lo ha descubierto y cómo lo sigue sintiendo en su vida. Le comparte su pasión por llevar el evangelio a otras regiones y su agradecimiento por haber sido elegido servidor del Señor, él que era perseguidor y blasfemo. En una palabra le trasmite vida, lo que tiene en su corazón. Es la tarea de los papás, de los maestros y de todos los educadores. Es cierto que debemos transmitir conocimientos, pero sobre todo debemos enseñar actitudes y mirar el interior de los niños y de los jóvenes.
En el evangelio Cristo critica la forma de enseñar de algunos maestros que quieren guiar cuando ellos mismos están ciegos y no conocen el camino. “Saca primero la viga que llevas en el ojo” recomienda. Es cierto, se enseña más con el ejemplo, con la entrega, con el amor, que con los regaños, los insultos y las agresiones.
Hoy es importante que reflexionemos cómo es la educación y qué estamos haciendo para educar cristianamente. Lo importante es educar en los valores, en la verdad y en el amor.