Hech 14, 5-17; Jn 14, 21-26
Yo creo que Pablo y Bernabé hubieran podido ceder fácilmente a la tentación de que la gente de Listra les diera el tratamiento de «dioses». Hasta aquel momento, los dos habían sido víctimas del repudio y las persecuciones por parte de los dirigentes de su propio pueblo. Ahora, en cambio, les sucedía precisamente lo opuesto. De haberlo querido, en un momento habrían pasado del repudio a la autoridad absoluta, y de las persecuciones, a la adulación y la riqueza. En nuestros días no sólo hay muchísimos que han cedido a esas tentaciones, sino que también existen quienes, con disfraz de verdadera religión, han admitido los honores que en Listra se les querían tributar a Pablo y Bernabé.
¿Por qué habrán sido tan distintos Pablo y Bernabé, que se horrorizaron ante la mera insinuación de que se les iba a tratar como a dioses? Es que ellos sabían muy bien que todo el poder que poseyeran y todo el bien que realizaran se lo debían solamente a Dios. Ya habían comprendido la verdad de lo que Jesús enseña en el evangelio de hoy: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». Dios estaba trabajando dentro de Pablo y Bernabé y por eso curaron al hombre tullido, y era Dios el responsable de todas las obras buenas y valiosas que hacían.
Nosotros no esperamos hacer algo tan asombroso como curar un tullido, pero lo mismo que Pablo y Bernabé, debemos darnos cuenta de que Dios vive y actúa en nosotros. Todo el bien que hagamos o el mal que logremos superar, es el resultado de la presencia y la acción de Dios y no de cualquier talento o habilidad nuestra. En esta Misa se nos invita a rendir alabanzas, no a nosotros mismos, sino al verdadero Dios, que vive dentro de nosotros.