Juan 5, 31-47
¿Me hago el católico, el cercano a la Iglesia y luego vivo como un pagano? Pero Jesús no lo sabe, nadie va a contárselo. Pero Él lo sabe. Él no tenía necesidad de que alguien diera testimonio; Él de hecho, conocía lo que hay en el hombre.
Jesús conoce todo aquello que hay adentro de nuestro corazón: nosotros no podemos engañar a Jesús. No podemos, delante de Él fingir que somos santos y cerrar los ojos, hacer así, y después llevar una vida que no es aquella que Él quiere. Y Él lo sabe.
Todos conocemos el nombre que Jesús daba a estos de doble cara: hipócritas, «Pero yo voy a la Iglesia, todos los domingos, y yo…», sí podemos decir todo aquello.
Pero si tu corazón no es justo, si tú no haces justicia, si tú no amas a aquellos que tienen necesidad del amor, si tú no vives según el espíritu de las Beatitudes, no eres católico. Eres hipócrita.
En Cuaresma, todos debemos preguntarnos: «¿Jesús, te fías de mí? ¿Yo tengo una doble cara?» Dentro de cada uno de nosotros se encuentra el pecado, pero del pecado Jesús no se asusta.
También dentro de nosotros hay suciedades, hay pecados de egoísmo, de soberbia, de orgullo, de codicia, de envidia, de celos… ¡tantos pecados! También podemos continuar el diálogo con Jesús.
Si reconocemos que somos pecadores y abrimos la puerta a Jesús, podemos limpiar el alma: ¿Sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar nuestra alma? La misericordia. ¡Abrid el corazón a la misericordia de Jesús! Decid: «¡Pero Jesús, mira cuánta suciedad! Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias».