Sábado de la XXII Semana Ordinaria

Lc 6, 1-5

El evangelista Lucas nos presenta este pasaje de la vida de Jesús, el Señor.

Pienso que la frase principal se encuentra en el versículo 5: “El hijo del hombre es Señor del Sábado”.

El descanso sabático era un precepto de institución divina, en que el fiel judío, no solo descansaba, sino que dedicaba cada instante a la gloria y alabanza del Dios de Israel. Pero no se hizo el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre. Dios no quería imponer un yugo cruel sobre su pueblo. Sin embargo, a través del tiempo, los sacerdotes y escribas, habían envuelto este precepto en una maraña casuística y legal. No se podía hacer nada que no estuviera permitido. No se podía curar en sábado, no se podía desgranar unas espigas y comerlas si se tenía hambre. Primero, y ante todo, se debía aplicar la ley creada por los hombres sobre sus hermanos. No contaba la inocencia ni el hambre ni la enfermedad del ser humano, porque en cualquier momento se oía la pregunta: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”.

Jesucristo es el Señor del Sábado, el único que puede interpretar adecuadamente, según el Espíritu del Padre lo que sí se puede hacer sin ofender a Dios. Él busca la libertad, la dignidad del ser humano, porque lo ama infinitamente, y con su muerte y resurrección lo ha hecho Hijo de Dios.

Jesucristo es el Señor del Sábado, lo que implica una afirmación de fe cristológica. Él no critica ni condena, porque nos ama, hasta el extremo. ¡Imitando esta actitud del Maestro, este amor que disculpa, que comprende y socorre, que es misericordia, los cristianos sí estaremos indisolublemente unidos a Él y seremos testigos de su amor, irreprochables en su Presencia,… para siempre!