Viernes de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 16, 1-8

En ocasiones hacemos depender nuestra visión de las personas y las circunstancias de lo que diga una sola persona, ante la que manifestamos una fe ciega, o una confianza absoluta. Algo que me puede conducir a la verdad o al error. Al error porque me he empeñado en escuchar una sola voz.

La vida está llena de únicas voces, que determinan el caminar de nuestros prójimos. Suelen ser voces opresoras, que tiranizan a las personas, donde se adolece de un sentido justo de la realidad. En esas situaciones se suele acudir a una “jauría de perros” para que canalice al rebaño y lo conduzca al redil.

La pregunta del administrador no es afirmar quién eres en verdad, ni quién estás dispuesto a ser en realidad. La pregunta busca confirmar un prejuicio. La visión de otro o de algunos.

La decisión aparece clara como respuesta y comprensión: actuar con habilidad, y actuar desde un situarse como hijo de la luz. Para esclarecer la fe, la misericordia, y el amor. La reconciliación, el perdonar las deudas, el reducir el peso de las mismas, es lo que condujo al administrador a ser reconocido por el dueño del campo.

¿Y qué es ser hijo de la luz? el que cuida con misericordia del prójimo, el que habla y escucha con compasión a su hermano, el que construye una realidad donde Cristo esté presente como salvador, y no renunciar por comodidad o miedo a la práctica evangélica de la fe.