Martes de la II Semana Ordinaria

1 Sam 16, 1-13

Samuel había expresado el disgusto y el rechazo de Dios sobre Saúl.  Este no obedeció al profeta y se quedó con el botín de la guerra.  Saúl se había quedado con un trozo del manto de Samuel en la mano al tratar de retenerlo.  Samuel le dijo: «Hoy ha rasgado Dios de ti el reino de Israel, para entregárselo a otro mejor que tú».

Pero Samuel se dolía de lo sucedido a Saúl, por esto la palabra de Dios al comienzo de nuestra lectura: «¿Hasta cuándo va a estar triste?  Yo ya he rechazado a Saúl».

Ahora aparece la vocación de David.  El pueblo ha sido elegido por Dios, Dios elige al rey y a los sacerdotes.

Los criterios de Dios son muy distintos de los criterios de los hombres.  Como el Señor le dirá a Pablo: «mi poder se manifiesta en la debilidad» (2 Cor 12,9).  Como en el caso de Saúl, con David se trata también de una familia campesina de una pequeña aldea y ahora, del hijo menor.  Oímos una advertencia de Dios muy actual: «No te dejes impresionar por su aspecto no por su gran estatura… yo no juzgo como juzga el hombre.  El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones».  ¿Cómo hacer para que nuestros criterios de juicio se parezcan cada día más a los criterios de Dios?

Mc 2, 23-38

La ley de Moisés prohibía ejercer oficios en el día de Dios, el sábado.  Es lo que los fariseos, con una cerrada mentalidad legalista, reprochan a Cristo. 

Al pasar por un campo donde las mieses estaban maduras, algunos discípulos toman unas espigas, las restriegan entre las manos y se llevan a la boca unos granos; ¡están haciendo un trabajo de segadores!, dicen los fariseos; cosa prohibida.

Jesús contesta con un ejemplo que podían entender muy fácilmente los fariseos.  David y sus compañeros, cercados por Saúl en la guerra de guerrillas que libraban, muertos de hambre, comen los panes santos, ofrenda a Dios.  «El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado».

No olvidemos que los fariseos eran la gente más religiosa y cumplidora de su época.  ¿No podríamos ser nosotros los fariseos de este fin de siglo?  La trampa legalista en que cayeron los fariseos no existía sólo en el siglo I, existe hoy todavía y está en el corazón del hombre.

Pidamos luz y decisión para cambiar lo que necesitamos que sea cambiado.