Martes de la IV Semana de Pascua

Hech 11, 19-26

Hoy hemos escuchado una concretización de la universalidad de la salvación: el cristianismo que se va propagando por Fenicia, Chipre y Antioquía, la predicación ya no sólo a los judíos sino a los paganos.

Bernabé nos aparece como figura clave en esta expansión.  Bernabé es calificado con calificación máxima: «hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe», fue enviado como «visitador apostólico».  Hoy muy difícilmente podemos imaginarnos la real dificultad que para los cristianos de origen judío significaba esa introducción en la fe de tantos paganos.  Bernabé sabe reconocer la acción del Espíritu Santo.

Pero Bernabé hace otra obra maravillosa, promueve a Pablo lo asesora y lo lanza.  No teme Bernabé ya no tener el liderazgo de esos nuevos cristianos, le importa sólo Cristo.  ¿Nos parecemos a Bernabé?

Jn 10, 22-30

La fiesta de la Dedicación, considerada como fiesta de la luz.  Esta fiesta caía en el mes de Kislev (mediados de noviembre-diciembre).  Los judíos se acercan a Jesús, la verdadera luz, y le piden luz, «si tú eres, dínoslo claramente».  Pero Jesús hace notar que no se trata de claridad de enunciados, de ciencia, sino de la luz que el mismo Dios da a los que se abran a ella en sencillez.

Vuelve el Señor a la imagen del Pastor y las ovejas que escuchamos los días anteriores.  Se trata de oír su voz, de conocerlo, de seguirlo.

Hemos oído la voz, en la liturgia de la Palabra, como los discípulos de Emaús, reconozcámoslo en la fracción del pan y sigámoslo decididamente.