Lunes de la XXVIII Semana Ordinaria

Gál 4, 22-24. 26-27.31-5, 1

Estamos llegando a la última parte del desarrollo doctrinal de la carta a los cristianos de Galacia.  Pablo usa el sentido simbólico de lo que nos podría parecer solamente anecdótico del pasaje del Libro de Génesis, relativo a los dos hijos de Abraham, Ismael e Isaac, uno nacido de Agar según las leyes de la naturaleza, el otro nacido de Sara según la promesa divina, es decir, nacido de una palabra de Dios aceptada en la fe.  Agar, la esclava, prefigura la alianza del Sinaí, Sara, la libre, representa la nueva y definitiva alianza en Cristo.  La conclusión es que, estando en la nueva alianza, que es alianza de libertad, no hay que someterse a la esclavitud de la ley antigua.  Libertad, concepto difícil, a veces entendido como: «Yo puedo hacer lo que se me antoje», «no aceptaré nada que en alguna manera me coarte, nada que delimite mis gustos».

Cuántas desviaciones en la búsqueda de la libertad…, cuántas falsificaciones de libertad que atraen a tanta gente.

San Agustín decía: «Ama y haz lo que quieras».  Sólo la ley del amor, la ley del Evangelio guarda y defiende nuestra auténtica libertad.

Lc 11, 29-32

La gente que rodeaba a Jesús había sido ya, de algún modo, testigos de los milagros de Jesús.  Esos hechos maravillosos no son mero alarde de poder, deseo de maravillar; son signos suscitadores de la fe, reveladores de una enseñanza, expresiones visibles de realidades invisibles.  Había, pues, que acercarse a ellos con buena voluntad, en apertura, en disponibilidad, en la fe.  Pero la gente pide señales con curiosidad de espectáculo, como se le pediría a un mago que hiciera un truco.

La señal de Jonás es desconcertante.  La voz solitaria de un profeta extranjero en una ciudad pagana, y su voz, o más bien la voz potente de Dios, fue atendida con la respuesta de la conversión y la penitencia.

Por esto, ante la cerrazón de la gente que lo rodea, Jesús habla del juicio final y de dos testigos de cargo contra el pueblo de Dios que lo ha rechazado; los dos testigos son extranjeros: la reina de Saba y el pueblo de Nínive.

«Aquí hay uno que es más que Salomón; aquí hay uno que es más que Jonás».

¿Podríamos ser objeto de los reproches del Señor que hoy escuchamos?