Heb 11, 32-40
Cuando hablamos de la fe estamos hablando no de un concepto, sino de una actitud ante la vida. Solamente cuando el hombre es sometido a la prueba, es cuando en realidad puede entender lo que significa tener o no fe. Tener fe, creerle a Dios, es ir en contra de todas las evidencias y es por ello que solo cuando todas las evidencias son contrarias a lo que Dios nos ha ofrecido, es cuando se entiende con exactitud lo que significa tener fe. Así por ejemplo cuando uno ve sufrir a un hermano o a un hijo, cuando muere o enferma gravemente un niño, cuando entramos en contacto estrecho con el dolor y el sufrimiento, es cuando se pone a prueba nuestra fe, pues no es fácil creer que detrás de todas estas «desgracias» esta un proyecto de amor y que el Dios que revelado por Cristo, es verdaderamente un padre amoroso al cual no le gusta ver sufrir a sus hijos. Esto es la fe. Finalmente es tener la seguridad de que Dios, que es amor, está obrando con amor y misericordia en medio de nuestras crisis. Solo desde esta perspectiva podemos entender la fe de Abraham y de María. En medio de un mundo rodeado de dolor, de guerras, de violencia y enfermedad, hoy más que nunca debemos fortalecer la fe en el Dios del amor, de la paz y de la fraternidad.
Mc 5, 1-20
El Evangelio nos presenta a un hombre poseído por el demonio. La presencia del poder enemigo de Dios, que es el demonio, existiendo y actuando en un hombre. Pero también nos presenta la liberación de ese hombre poseído, nos hace ver la presencia de Dios en un hombre…, la acción del poder de Dios, que da la salvación. El demonio se había apoderado de aquel hombre, pero el mismo demonio confiesa, que eran muchos los espíritus malignos, que habían entrado en él y habían establecido en él su permanencia.
Y es muy cierto que el espíritu del mal es múltiple y tiene muchos nombres. Espíritus del mal son el odio, que destierra el amor; la ambición que seca el corazón humano; las riquezas mal adquiridas o mal conservadas, que son fuente en no pocas injusticias; la opresión, que destruye la caridad; la mentira, que ahuyenta el Espíritu.
El hombre de hoy no tiene menos necesidad que ese hombre del evangelio de que Jesús venga a arrojar tantos espíritus malos, que se instalan en el corazón y que se instalan como Legión. El hombre poseído por el demonio fue liberado por Jesús y en el acto aquel hombre sintió como la necesidad de proclamar que Jesús lo había curado y quiso seguir a Jesús y vivir con Él como un nuevo apóstol. Y el Señor no se lo permite. La “vocación” es obra de Dios y no de nuestra voluntad. El Señor no lo admite como apóstol. Pero le da la tarea de anunciarlo entre los suyos. Pidamos hoy al Señor que nos libere de todo lo que nos aparte de Él, y que anunciemos su mensaje de salvación a los que nos rodean.