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Gen 1, 20—2; 4
La riqueza de nuestro texto no nos dejaría oportunidad de comentar todos sus elementos en una pequeña reflexión. Por ello, solo centraremos nuestra atención en uno de los elementos de la creación del hombre. Hemos leído que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; hombre y mujer (en el texto original se lee: Varón y Hembra). Con esto el autor sagrado nos hace ver la igualdad que hay entre los dos sexos. No es más importante uno que el otro.
Sin embargo, es claro que no son iguales: Uno es el varón y otro es la hembra. Con eso nos indica que la diferencia entre ellos no está solamente en las diferencias sexuales, sino en los roles. Esto es muy importante hoy en día, en donde con el impulso de algunos movimientos se ha creado una verdadera inconformidad con los roles establecidos para los diferentes sexos, con una serie de implicaciones sociales y morales que amenazan gravemente la estabilidad social.
Es triste que algunas mujeres piensen que es menos digno el educar una familia y dedicar todo su tiempo, sus talentos, y su esfuerzo en ello, que el alcanzar una posición importante en una empresa. No permitamos que las tendencias de nuestro mundo moderno continúen desintegrando nuestros hogares. Dios nos creó iguales, y al mismo tiempo diferentes… aceptemos y amemos estas diferencias, pues son un regalo de Dios.
Mc 7, 1-13
Hoy también podemos caer en la tentación de darle más valor a los preceptos de los hombres que al precepto con mayúscula de Dios, el precepto del amor. El pueblo judío, con el tiempo, se había cargado de normas, en cuyo origen había estado el cumplimiento de obligaciones para con Dios. Pero en la época de Jesús, muchas de esas normas, eran solo signos exteriores, que perdían de vista lo verdaderamente importante. Jesús les repite las palabras del profeta Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
A Dios no se le puede honrar sólo con manifestaciones exteriores, se le debe honrar en espíritu y en verdad. Y el Señor, no se pronuncia “contra la ley” ni “contra las exteriorizaciones de la ley”. Jesús, fue respetuoso de las leyes de su pueblo, como lo fueron José y María, pero siempre antepuso “el hombre” a la “ley”. Siempre antepuso el amor.
A la luz de este evangelio, tenemos que analizar ¿qué ve en nosotros Jesús hoy? ¿Cómo actuamos? ¿Cumplimos con los ritos sólo exteriormente, o verdaderamente lo que nos mueve es el amor?
El Señor quiere y espera de nosotros que pongamos empeño en ser limpios de corazón. Los ritos de purificación, de limpieza del pueblo judío, eran simples manifestaciones exteriores, y Jesús les muestra que lo que verdaderamente es importante no es tener “limpias” las manos, sino el corazón. Centrarse sólo en los ritos es vivir una religión exterior vacía, una religión que reemplaza a la auténtica fe. El Señor nos quiere libres, dispuestos a cambiar aquello que haya que cambiar, para no perder lo verdaderamente importante. Lo que debe gobernar nuestros actos es el amor al prójimo y la rectitud de intención en toda circunstancia.