Mt 25, 1-13
En una ocasión tuve el privilegio de participar en la profesión perpetua de una religiosa clarisa. Frente al altar se colocó una lámpara encendida recordando la parábola de este día y queriendo significa que la vida de esta joven estaba toda delante del Señor, y me explicaron que era un símbolo de la entrega y la señal de que está joven siempre estaría en la presencia del Señor.
¿Será solamente una parábola para los consagrados? Todo lo contrario, es para todo discípulo de Jesús que siempre y a todas horas debe estar en vigilancia. No tiene el sentido apocalíptico de la espera del último día, sino que se centra en la actitud del cristiano, que siempre y a todas horas, debe estar atento a la venida del Señor y esperándolo.
Hay rasgos que nos cuestan entender, como la actitud de las compañeras previsoras que se niegan a dar de su aceite a quienes se les apagan sus lámparas; o también no se entiende, en la dinámica del amor generoso del Padre, que les cierre con la puerta en las narices a quién estuvo toda la noche en vigilia.
Estos detalles, solo adquiere su verdadero significado si pensamos en la exigencia de Jesús de estar alerta siempre, a todas horas, sin ningún pretexto, previniendo todos los contratiempos. Sólo así se puede construir el reino de los cielos.
El reino no se puede lograr si somos cristianos adormilados y conformista ante situaciones imprevistas o dolorosas. El mundo, con sus atractivos, nos ha adormilado y nos ha llenado de actividades secundarias que hacen que nos olvidemos de lo más importante.
Esta parábola viene a despertarnos a hacernos sensibles para la construcción del reino. No nos podemos adormilar, no podemos dejar que se apague nuestra lámpara, siempre debemos estar atentos.
Ya San Pablo, en la primera lectura, les insiste a los Tesalonicenses que vivan como conviene para agradar a Dios a fin de que sigáis progresando.
Hemos de ser una lámpara, lámpara que representa la actitud diaria del discípulo que busca en todo y de todas formas ser fiel a Jesús.
Debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; debemos tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; debemos vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo.