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Gen 2, 4-9. 15-17
En este segundo relato de la creación, el autor sagrado nos presenta no solo el dato de la creación del hombre, el cual recibe el «aliento divino» (imagen del ser semejanza de Dios), sino inicia la instrucción acerca de la obediencia que el hombre debe tener a Dios.
Es importante notar como Dios le da al hombre todo, excepto un árbol. Por otro lado vemos que Dios no le prohíbe comer de ese árbol, simplemente porque a Dios se le antoja, sino que sabe que el día que coma «morirá sin remedio».
Todos los mandamientos de Dios tienen detrás de ellos no una voluntad egoísta, sino el amor de Dios por nosotros que busca que no nos dañemos. Cuando nosotros desobedecemos a Dios, nos lastimamos profundamente, algo dentro de nosotros sangra y puede llegar hasta morir. Aprendamos a tenerle confianza a Dios, pues si Él dice que moriremos, es porque así será. Evitar el pecado y obedecer a Dios, al único que beneficia es a mí. Aprendamos a obedecer… pues en la obediencia está la verdadera felicidad.
Mc 7, 14-23
En la religión judía, un punto muy importante era mantenerse puro, pues no se podía participar en el culto sin poseer ese estado de pureza. La palabra pureza no tenía para ellos el mismo sentido que le damos ahora. Hombre puro era el que no se había contaminado, ni siquiera por inadvertencia, con alguna de las cosas prohibidas por la Ley.
Por ejemplo, la carne de cerdo y de conejo era considerada impura: no se debía comer. Una mujer durante su menstruación o cualquier persona que tuviese hemorragias eran tenidas por impura durante un determinado número de días, y nadie debía ni tocarlas siquiera. Un leproso era impuro hasta que sanara. Si caía un bicho muerto en el aceite, éste se hacía impuro y se debía tirar, etc. Todo el que se hubiera manchado con esas cosas, aunque no fuera por culpa suya, tenía que purificarse, habitualmente con agua, y otras veces pagando sacrificios. Estas leyes habían sido muy útiles en un tiempo para acostumbrar al pueblo judío a vivir en forma higiénica. Servían, además, para proteger la fe de los judíos que vivían en medio de pueblos que no conocían a Dios.
Jesús quita a estos ritos su carácter sagrado; nada de lo que Dios ha creado es impuro; a Dios no lo ofendemos porque hayamos tocado a un enfermo, un cadáver o alguna cosa manchada con sangre. Tampoco faltamos a Dios, porque comamos una cosa u otra. Lo que ofende a Dios es el pecado y el pecado, es siempre algo que hacemos plenamente conscientes, es algo que sale de nuestro corazón. No es pecado algo que hacemos sin advertirlo, porque para que haya ofensa a Dios, tiene que haber intención de nuestra parte de hacer algo que lo ofenda.
Una cosa externamente mala, puede no serlo por falta de conocimiento o por falta de voluntad de hacerla. Y por el contrario, una cosa externamente buena puede no haber sido hecha con rectitud de intención y perder todo su valor.
Nuestro Señor proclama el verdadero sentido de los preceptos morales y de la responsabilidad del hombre ante Dios. El error de los escribas consistía en poner la atención exclusivamente en lo externo y abandonar la pureza interior o del corazón.
La pureza del corazón y la santidad es una meta para todos los bautizados