Jn 16, 5-11
Las despedidas siempre nos producen tristeza y dolor, aunque sepamos que quién se va, va en busca de un bien mayor o nos puede traer algún bien.
Al despedirse Jesús de sus discípulos obviamente se llenan de tristeza y no entienden que pueda Jesús abandonarlos. Las palabras de consuelo de Jesús los lleva a asegurarles la presencia del Espíritu Santo, el Defensor, a quién muestra como el que viene a sostener a los discípulos, a esclarecer lo que han aprendido y a fortalecerlos en el seguimiento. Jesús no abandona sus discípulos ni tampoco nos abandona a nosotros, al contrario, nos da una presencia y una luz que nos ayudarán a caminar con mayor seguridad. El Espíritu Santo es esa luz.
Claro que algunos tenemos miedo porque ante la claridad qué aporta una luz, aparecen las deficiencias y los pecados. Por eso también Jesús nos dice que cuando el Espíritu venga con su luz nos hará reconocer la culpa y lo precisa en tres aspectos muy concretos. El primero en materia de pecado. Quién no reconoce a Jesús y su verdad está cometiendo un pecado, quien no acepta sus mandamientos y su proyecto está cometiendo un pecado.
Segundo, en materia de justicia. Él ha venido del padre y va al Padre. Quien no reconoce la misión de Jesús que es darnos a conocer al Padre, quien desconoce a Dios como su Padre y quién niega a los hombres como sus hermanos está cometiendo una injusticia y estorba a la misión de Jesús.
Tercero, en materia de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado. Un juicio donde se da a conocer quién es el verdadero Señor del universo y que descubre las artimañas del mal que engaña a los hombres. No puede prevalecer una cultura de muerte.
La venida del Espíritu Santo nos ayudará con su luz a distinguir claramente estas culturas que se oponen a la vida. La vida en Dios no puede ser vencida por la cultura de la muerte. Pero también, el Espíritu nos hará ver claramente cuál es nuestra postura ante la vida y nos descubrirá cómo es nuestro actuar.
Dejémonos iluminar por este espíritu. Pidámoslo con mucha ansia y devoción. Con ansia de que ya esté presente en medio de nosotros.