Is 35, 1—10
Hemos comenzado, hermanos, la segunda semana de nuestro caminar hacia el Señor que viene.
El profeta Isaías sigue siendo nuestro guía especial. Hoy, de nuevo, nos presenta en el horizonte un panorama esperanzador. Como buen poeta que es, tal vez el mayor de los poetas hebreos, usa imágenes llenas de colorido entre las que predomina la imagen de la fertilidad de los campos, del agua que transforma los desiertos y renueva todo. A esta “salud” de la naturaleza se añaden las imágenes de la salud física y de la “salud” social; se nos habla de redimidos y rescatados.
Lc 5, 17—26
La clave de estas imágenes nos la da el Evangelio, porque Cristo es el cumplimiento de todas las promesas y la realidad que hace ya inútiles las imágenes, al cumplirlas.
Nos podemos imaginar con gran facilidad la escena, pues, Lucas es un magnífico pintor, si no con los pinceles, sí con la pluma.
¿Ustedes creen que el trabajo de los amigos del enfermo fue un trabajo “limpio”? Nos podemos imaginar los gritos y protestas de los que rodeaban a Jesús.
La fe del enfermo y de sus compañeros es capaz de sobrepasar todos los obstáculos.
Las palabras del Señor: “Se te perdonan tus pecados”, los habrán desanimado: “nosotros no trajimos a nuestro enfermo para esto”.
Y escuchamos la reacción escandalizada de los sabios y la gente religiosa.
Jesús nos da la clave de tantos otros de sus milagros: “para que vean que el Hijo del Hombre tiene poder…”.
De la curación física, fácilmente comprobable, se saca como consecuencia la realidad íntima y escondida del perdón de los pecados.
Esta interrelación entre lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual, es clave en la salvación, en Cristo, en la liturgia toda.
Vivamos esta relación en nuestra Eucaristía; los signos materiales nos hacen presentes las realidades sobrenaturales.
Acerquémonos al Señor con la misma fe audaz y activa del enfermo y sus amigos.