Jn 20, 2-8
Hoy celebramos a san Juan. San Juan tiene dos títulos únicos: apóstol y evangelista. Los dos son títulos que también marcan en nosotros una característica y un ideal a seguir. Todos somos, tenemos que ser, apóstoles, es decir, enviados a proclamar la Buena Nueva; todos tenemos que ser, cada uno a su modo, evangelistas.
La primera lectura es una síntesis de la obra evangelizadora y apostólica de Juan. Evangelio quiere decir buena nueva, feliz noticia, la noticia feliz de que Dios es amor, de que nos ha amado en Cristo Señor y de que en nosotros este amor tiene que ser vida.
Apóstol significa enviado. Enviado a dar testimonio de Cristo y su Evangelio.
Dice Marcos (3,14): «Instituyó a doce para que vivieran con El, para mandarlos a predicar», y en la lista vienen «Santiago, hijo de Zebedeo y Juan, hermano de Santiago».
Él es el apóstol que tantas veces es llamado «el discípulo a quien Jesús amaba».
Él es el fundamental testigo de la resurrección, pues fue el único testigo de la muerte y luego, como lo escuchamos en el evangelio, entró al sepulcro «y vio y creyó».
Recordemos tres momentos evangélicos de la vida de san Juan:
1.-Su llamamiento. Cuando Juan el Bautista dijo: «Ese es el cordero de Dios…». «Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús». «Se quedaron con El ese día, eran como las cuatro de la tarde».
2.-La cena: cuando Jesús anunció que uno de sus discípulos lo traicionaría, todos se quedaron perplejos. Juan estaba reclinado a su derecha. A la pregunta de Pedro: «¿De quién lo dice?», Juan, «apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: ‘¿Señor, quién es?’.
3.-Juan es el único discípulo al pie de la cruz: «Jesús dijo a su Madre: ‘Mujer, ahí está tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí está tu Madre’. Y dese entonces el discípulo se la llevó a vivir con él».
En esta su fiesta, pidamos a san Juan nos consiga conocer cada vez más a Cristo, vivir más profundamente su vida y dar de ello un testimonio claro, sencillo y atractivo, y todo en el ambiente de una verdadera devoción mariana.