V DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

1 Jn 2, 3-11

Si quisiéramos hacer una gráfica de las enseñanzas del N.T. y fuéramos poniendo en columnas de diversos colores la incidencia de esas enseñanzas, veríamos inmediatamente destacarse una columna entre todas las demás.  Sería la columna que representa las enseñanzas sobre la caridad.  La primera carta de Juan gira sobre este tema.

Juan nos ha asegurado «obras son amores y no buenas razones».  Nos dice: «En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos».  Es eco de la palabra de Cristo: «No es el que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de Dios, el que se salva».  Y el apóstol centra en la caridad el cumplimiento de los mandamientos, dado que es el mandato principal.  «Quien afirma que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en las tinieblas».

Lc 2, 22-35

Continuamos escuchando en el evangelio de Lucas acerca de la infancia del Señor.

El próximo 2 de febrero celebraremos el misterio salvífico que hoy nos presenta el evangelio.

Hay una figura ejemplar en el evangelio de hoy: Simeón.  De él se hace un elogio, uno de los elogios más grandes que podemos encontrar en el Evangelio: «varón justo y temeroso de Dios», «en él moraba el Espíritu Santo».

«Movido por el Espíritu Santo fue al templo».  Él tenía que ser, junto con Ana, la profetisa, uno de los dos testigos pedidos por la ley judía.

¿Cómo fue este movimiento del Espíritu Santo?  El Espíritu Santo, igual que hoy, nos habla, en la intimidad del corazón, a través de alguna persona o de algún conocimiento.  Hay que hacer silencio de escucha.  El Espíritu habla, mueve con grandísima suavidad.  Simeón hubiera podido poner alguno de los múltiples pretextos que nosotros ponemos para no responder al Espíritu: «ahorita no puedo», «estoy haciendo algo muy importante», «el templo está muy lejos», «me queda de subida».

Simeón debe haber tenido, como los judíos de su tiempo, una idea del Mesías todo lleno de poder, de majestad y fuerza, y se encontró con un niñito en brazos de su madre, acompañados por el que aparecía como el padre.  Una familia sencilla, entre otras muchas que iban a cumplir la ley.

En esta Eucaristía, a la luz de la palabra, pidamos al Señor las dos cosas en que hemos visto ejemplar a Simeón:

         1.-Gran docilidad a los movimientos del Espíritu, a su luz e inspiración.

         2.-Con esta luz, saber reconocer a Cristo en el prójimo, sobre todo en el pequeño y oprimido, y en todos los acontecimientos, sobre todo en los difíciles y dolorosos.