Martes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 19-28

La gran oposición a la predicación de los apóstoles Pablo y Bernabé en esta primera misión llega al culmen de la lapidación.  En la lista de «trofeos» de su apostolado, Pablo mencionará esta lapidación (2Cor 11,25), que era el castigo especial para los blasfemos.  Esta gran tribulación no doblega a los apóstoles que pasan a Derbe, siguen predicando y de allí van a Listra, Iconio y Antioquia, es decir se meten en la boca del lobo. ¡Precisamente en Listra los habían atacado los judíos!, y a pesar de ello vuelven allí a seguir predicando.

El mensaje que transmiten es muy alentador, Pablo y Bernabé animan a los discípulos «diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios».

En cada comunidad, Pablo y Bernabé «designaban presbíteros»  Estos presbíteros no eran en todo idénticos a los actuales miembros del segundo orden de la jerarquía, pero allí está el origen de los sacerdotes.

Los apóstoles regresaron a Antioquia dando cuenta de su trabajo.

Jn 14,27-31

Escuchamos el discurso de despedida de Jesús a sus discípulos.  El evangelio empezaba diciendo Jesús: «La paz les dejo, mi paz les doy.  No se la doy como la da el mundo».

¿Qué idea tenemos de la «paz»?  Muchas veces creemos que la paz es no ruido o nada que nos moleste; cuando estamos en un lugar silencioso y confortable decimos: «Qué paz».  Hablamos también de la paz de los sepulcros; ausencia de guerra; decimos: “déjame en paz».  Todo eso es apreciable, pero Jesús habla de algo más.  La paz bíblica es la síntesis de todos los bienes, de la plenitud y la armonía.  La paz es fruto de la resurrección: «Les he dicho todo esto para que tengan paz en mí (Jn 16,11).  Esta paz es producto de un esfuerzo, de una lucha continua, por esto también dirá Jesús: «no vine a traer la paz sino la lucha».

Tratemos de vivir según esa paz que Cristo vino a traer, la paz del corazón, la paz del espíritu.