Jueves de la XXIII Semana Ordinaria

1 Cor 8,1-7. 11-13

Algunas veces los padres de familia instruyen a sus hijos mayores para que no hablen de ciertos temas o para que eviten determinadas expresiones en presencia de los hijos menores.

Pues bien, había un problema parecido en la comunidad cristiana de Corinto.  Se sacrificaban animales a los dioses paganos.  La carne se consumía en banquetes celebrados en el templo o era vendida públicamente en los mercados.  Comer aquella carne sacrificada a los ídolos implicaba fidelidad a los dioses paganos y comunión con ellos.  Pero en ocasiones los corintios no podían conseguir otra clase de carne, sino aquella.  Y querían saber si aquella práctica era permitida.  San Pablo responde afirmativamente y se basa en el hecho de que comer aquella carne no tenía realmente un significado religioso, puesto que aquellos dioses eran mentira.

Pero se planteaba, entonces un problema: algunos cristianos no comprendían las razones de Pablo y se escandalizaban al ver a algunos hermanos cristianos comiendo esa carne.  Surgía otro problema: aquellos que comprendían la situación, ¿tenían obligación de abstenerse de comer aquella carne, que moralmente podía comer, para no escandalizar a los demás?  Pablo recalcó que el amor debe ser la norma suprema.  Y enfatizó claramente lo que él haría: «Si un alimento le es ocasión de pecado a mi hermano, nunca comeré carne para no darle ocasión de pecado».

Lc 6, 27-38

La esencia de la vida nueva es el amor.  El amor esencial es Dios, y Él nos comunica esa vida de amor en su propio Hijo.  La exigencia principal de la vida nueva es el amor: «sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso»,  nos dice el Señor.

La motivación del amor no será ya el buscar nuestro gusto, nuestra satisfacción, nuestro provecho o interés personal, como tampoco serán los sentimientos la base del amor.

La motivación de nuestras acciones y el criterio para realizarlas serán nada más y nada menos que el mismo amor de Dios.

Jesús va a proponer lo mismo como el mandamiento único y definitivo del cristianismo: «ámense como yo los he amado».

El premio que se nos promete es atractivo: «recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante».