
Hech 3, 1-10
El tiempo de la Pascua nos regresa a la frescura del vida evangélica vivida por la primera comunidad, en donde lo sobrenatural era la cosa más natural, en donde los milagros eran el medio para que el mundo creyera en la resurrección y se adhiriera a la Iglesia. Hoy en día la comunidad cristiana se asombra por una curación milagrosa, de que una persona tenga visiones o revelaciones de Dios cuando que esto, para una persona que vive en el Espíritu, puede ser la cosa más natural. Esto no quiere decir que todas las visiones y milagros que la gente dice tener o realizar tengan como fuente a Dios, sin embargo no debía de extrañarnos de que cosas como estas sucedan, ya que en medio de un mundo incrédulo en el que vivimos, Dios se continúa mostrando con poder.
Jesús había dicho a sus apóstoles; «Ustedes harán cosas más grandes que las que yo hice». Los signos y prodigios que Dios sigue realizando entre nosotros tienen como objetivo manifestarle al mundo que su Palabra es actual y verdadera, que Él continúa actuando en todos aquellos que se ofrecen a ser sus mensajeros, y tú puedes ser uno de ellos.
Lc 24, 13-35
El Evangelio de hoy nos presenta a dos discípulos de Cristo que se alejan de Jerusalén. Han visto y vivido lo que le sucedió a Jesús, y regresan a su pueblo. Pero Cristo les sale al encuentro y les explica las escrituras y el significado de la Cruz. Y es hasta el momento de la Eucaristía que ellos lo reconocen y llenos de Él, regresan a Jerusalén. Cuántas veces nosotros huimos de las cruces que se nos ponen en frente, como estos discípulos. Es más, Jesús tenía prisa por de llegar a Jerusalén para su sacrificio final. Y nosotros, ¿qué hacemos? Sí, nos cuesta aceptar el sacrificio para hacer felices a los demás con nuestra renuncia.
Lucas, en este pasaje, sintetiza lo que ya desde el principio de su evangelio ha venido diciendo: Dios se ha acercado a nosotros, nos ha salido al camino haciéndose uno de nosotros. Los judíos no lo reconocieron, ni tampoco ahora lo reconocieron los mismos discípulos. Dejando el cielo se puso a caminar con el hombre, para instruirlo en el camino de la vida, pero, como dirá san Juan: «los suyos no lo reconocieron, pero a los que lo reconocieron les dio el poder llegar a ser hijos de Dios».
Jesús continua saliéndonos al encuentro de las formas más inusitadas: en un amigo, en los acontecimientos de todos los días, y ni que decir en la palabra de Dios, la oración y los sacramentos. Jesús ha tomado una opción por el hombre, y su deseo es acompañarlo hasta que lleguemos todos al cielo. Si nuestros ojos están oscurecidos, pude ser porque, como los discípulos de Emaús, no creemos aun que está vivo y que tiene verdaderamente poder para cambiar nuestra vida. Pidamos todos los días al Espíritu Santo que abra nuestros ojos y que inflame nuestro corazón para descubrir cómo Jesús nos acompaña en nuestra diaria jornada.