Is 65, 17-21
El tema escatológico de la nueva creación: «Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva» ha motivado siempre la esperanzada labor de todos los que han luchado por la vida cristiana. El profeta lo ha anunciado. Pedro trabajaba con ese aliento: «esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en la que habite la justicia» y el vidente Juan lo miraba realizado: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva… vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén…».
El profeta hablaba a un pueblo que apenas acababa de regresar del destierro, de los años de amargura. Por esto, las perspectivas de alegría y gozo, de Jerusalén renovada, de ya no más muertes prematuras, de lugar permanente, de morada de abundancia, tiene una fuerza y un relieve muy especiales.
Apliquemos estas perspectivas esperanzadoras del profeta a nuestra situación cuaresmal. Es una llamada más de Dios a nuestra conversión radical.
Jn 4, 43-54
A partir de hoy y hasta el martes santo, nuestro guía evangélico será san Juan.
Cada uno de los milagros narrados por Juan son llamados por él «signos», es decir, no debemos de mirar sólo lo maravilloso del acontecimiento para admirarlo, sino que debemos ver qué nos señala, a qué nos lleva, qué realidad nos descubre.
Junto con los ejemplos de Nicodemo y de la mujer samaritana, el que hoy escuchamos es un ejemplo que tipifica al que va en busca de la fe. El primero, un hombre religioso, serio, aunque algo atemorizado; la segunda, una mujer de un pueblo no estimado por los judíos; el tercero, un pagano.
El evangelio usó una expresión: «creyó con todos los de su casa», como se dice de las conversiones de paganos en los Hechos de los apóstoles.
Hemos recibido la palabra del Señor. El Señor es la misma Palabra personal del Padre; creamos en Él con fe, no sólo de pensamiento ni sólo de palabra, sino en la verdad de los hechos.