Viernes de la I Semana de Cuaresma

Ez 18, 21-28

Nuestro camino cuaresmal tiene su meta en la Pascua, misterio de muerte y resurrección, de transformación absoluta, nuestra humanidad en Cristo ha sido cambiada; Él, el primero de todos, ha transformado el dolor en alegría, la humillación en reinado, la muerte en vida.

La cuaresma es por esto un camino pascual de conversión.

Hoy escuchamos una exhortación a la perseverancia para quien sea justo, a la conversión para quien sea pecador.  Nosotros estamos luchando porque nuestra vida exprese cada vez más lo que es Cristo, pero en nuestro caminar a esa Luz hay obscuridades, el camino a veces se nos borra, la tentación nos atrae, a veces caemos.  Tenemos algo de justos, sigamos adelante; tenemos algo de pecadores, cambiemos de dirección, hay esperanza.

Mt 5, 20-26

Jesús es el cumplimiento de la Ley antigua, culminación de sus esperanzas.  Por esto también las exigencias de Jesús son mayores: “si su justicia  –entendamos modo santo de vivir-  no es mayor que la de los escribas y fariseos -es decir de la gente más sabia y religiosa de su época-  ciertamente no entrarán ustedes al Reino de los Cielos».

Jesús no quiere sólo que no se produzca frutos malos, sino que la misma raíz sea buena; de ahí, la serie de prescripciones de la que está tomada la de hoy: «Oyeron que se dijo a los antiguos, pero yo les digo….»

Hoy escuchamos el comprometedor mandato del Señor: «Si cuando vas a poner tu ofrenda… te recuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda… ve primero a reconciliarte…»

En el altar, sobre todo en –nuestro altar-, «mesa de la Cena del Señor y ara de su sacrificio», tiene que conjuntarse lo vertical de nuestra fe y adoración, y lo horizontal de nuestra verdadera caridad.

Hagamos, hoy especialmente, verdad práctica y viva este mandato del Señor.