Miércoles de la II Semana de Cuaresma

Jer 18, 18-20

Todos nosotros, en una forma u otra, alguna vez nos hemos sentido abandonados, solos, traicionados, o hemos sentido la enfermedad, propia o de algún ser querido, hemos experimentado pobreza o incapacidad, incomprensión o dudas.

Jeremías es un profeta, habla en nombre de Dios.  Por haber predicho el fin de la Ley y del profetismo, se siente amenazado; su figura se va haciendo tipo del siervo sufriente, del justo perseguido.  Su lamentación es un modelo de fe y de esperanza para todo el pueblo de Dios.

Mt 20, 17-28

Hemos escuchado la tercera predicción que Jesús hace de su camino pascual, que es el modelo de nuestro caminar cristiano.

Esta tercera predicción más detallada que las otras dos: será entregado, condenado, objeto de burlas, azotado y crucificado.

La sensibilidad humana se subleva instintivamente ante la humillación, el dolor y la muerte.  Así reaccionaron los apóstoles.  La predicción de la resurrección no hace ningún contrapeso, si tal vez la escucharon…; la sintieron tan lejana… tan incorpórea.

En contraste a este camino de Cristo está nuestro camino humano: «que se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu Reino».  Pero el Señor dice: «el que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que lo sirva».

El Señor nos da ejemplo de esto, «que no vino a ser servido sino a servir… y a dar la vida por redención…».

Esto lo vivimos de forma muy especial en la Eucaristía.  Llenos de su vida, en la que participamos, salgamos a servir y a transformar.