Jer 17, 5-10
Para captar la fuerza de las imágenes proféticas, nos tenemos que situar en el ambiente geográfico donde fueron escritas: el contraste entre la estepa, tierra árida y quemada por el calor, y las márgenes del río, con su humedad vivificante.
¿En quién confiamos nosotros?, ¿en los valores puramente humanos, materiales, el poder, el prestigio, la riqueza, los honores?, o ¿en Dios?, ¿pura y sencillamente?
En nuestras realidades humanas es relativamente fácil aparecer y no ser, tener y no ser, crear una máscara muy diferente del verdadero rostro, engañar, comprar… Ante Dios esto es imposible. Dejemos que su Palabra penetre, escrute. Seamos un árbol fructífero, plantado junto al agua.
Lc 16, 19-31
El Señor Jesús usaba un sistema de enseñanza: las parábolas, pequeñas narraciones llenas de realidades, de situaciones, de cosas que todos conocían o habían experimentado, y de ahí provenía la enseñanza. En la parábola hay una serie de personajes, palabras, situaciones, y la enseñanza viene al final. De la parábola de las jóvenes previsoras no hay por qué pensar que Jesús enseña a no compartir los bienes; o de la parábola del administrador infiel, que el Señor enseñe a robar. En esta parábola no se quiere enseñar que hay que sufrir en esta vida o en la otra.
Ni tiene una implicación de «luchas de clases».
La riqueza no es mala en sí, pero lleva muy de cerca el peligro de cerrarse a Dios, de olvidarse de lo realmente importante, de quedarse en las apariencias, y también lleva, muy de cerca, el peligro de cerrarse a los demás.
Los hermanos del rico, como él, tenían la Ley y los profetas y no les hicieron caso: «no harán caso».
La comunidad primitiva, al oír aquello de «ni aunque resucite un muerto», pensarían inmediatamente en la resurrección de Cristo.
¿Qué nos dice esta parábola hoy a nosotros?