Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Is 49, 8-15

Isaías nos habla de la descripción esperanzadora de la reconstrucción de Jerusalén.

Con multitud de imágenes poéticas, el profeta presenta el panorama futuro.

Para los que se resistían a creer en esas posibilidades de cambio, el Señor se muestra no como el Omnipotente, desde lo alto, sino como el enamorado cercanísimo.

Pero aún es más impresionante la imagen del amor maternal de Dios por su pueblo: «Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti».  Escuchemos ese reclamo amoroso como dirigido a cada uno de nosotros.

Jn 5, 17-30

La lectura evangélica de hoy sigue inmediatamente a la que ayer escuchamos: la curación del paralítico en sábado, y es la respuesta a los escandalizados judíos que recriminaban a Jesús y al paralítico por «trabajar» en sábado.

Jesús va explicitando su divinidad: «llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios».

Jesús habla de su dependencia del Padre en las obras, en el juicio y en la voluntad, de su igualdad en el dar la vida, en el juzgar y en el honor que recibe.

Este tema de la unidad y dependencia del Hijo con su Padre es tema clave en la fe y en la práctica de vida cristiana.

La vida misma del Padre nos es transmitida por Cristo y en nosotros tiene que ser vida vivificante.

Hagamos esto realidad en nuestra Eucaristía de hoy.